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España

¡Qué cruz?!

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Me extrañaba a mí que en este tiempo que nos está tocando vivir, no hubiera saltado ya para algunos la molesta liebre de los símbolos religiosos en las escuelas públicas, aunque seguro que a alguno se le ocurrirá en breve pedir también que desaparezcan de las escuelas privadas de corte religioso, sobre todo aquéllas que para subsistir no tienen más remedio que acudir al concierto educativo, para seguir financiando lo que hasta hace bien poco era considerado como una auténtica labor social que el Estado no tenía más remedio que admitir, entre otras cosas porque era incapaz de sustituirla o hacerlo mejor. Pero los tiempos han cambiado…

Hoy en día, todo se cuestiona, olvidándonos del pasado, de nuestras raíces y de nuestro entronque cultural. Ya lo dijo una vez SM el Rey, Juan Carlos I, en uno de sus numerosos discursos, recreando uno clásico: “Si alguna vez abandonáramos estos símbolos, habríamos emprendido el camino de nuestra perdición”, y no me refiero concretamente al signo de la cruz católica, sino a todos aquéllos que nos unifican e identifican con una realidad histórica, una cultura, una forma de ser en definitiva.

Personalmente, no tengo ningún inconveniente en que se retiren los crucifijos de las aulas públicas. No creo que haga daño a nadie que estén ahí, pero si alguien se ofende (padres, madres o profesores) podrá ser disculpado por los seguidores del cristianismo que en su credo tienen un punto importante para el perdón y la comprensión, ejes primordiales de dicha religión.

Ahora bien, la Iglesia católica, sus representantes y sus numerosos grupos sociales en correspondencia deberían solicitar firmemente coherencia a quienes así piensan, se manifiestan y obran. De momento, y aprovechando la época del año que nos toca vivir, los padres o madres molestos por el crucifijo tendrían que empezar a explicar a sus hijos que este año no podrán participar en los tradicionales teatrillos que reproducen los belenes escolares, con disfraces de San José, vírgenes marías, mulas, bueyes, ángeles anunciadores y un sinfín más de protagonistas, porque en realidad se trata de una representación del inicio de la vida del mismo que les ofende clavado en la cruz.

Y conviene también que no monten el Belén, que se dediquen al árbol de Navidad, aunque también sobre ello habría mucho que escribir. Cuando llegue el día veinticinco de diciembre que les digan a sus hijos que están de vacaciones porque precisamente se conmemora el Nacimiento de Jesús, el mismo que está clavado en la cruz. Cuando la noche del cinco de enero salgan a la calle a disfrutar de la tradicional Cabalgata de Reyes, a ver qué explicación se les ocurre para justificarla, y sobre todo cuando al final de la misma se proceda al acto de adoración de no se sabe qué. Yo sí se lo digo, el mismo que está clavado en la cruz. Y a los políticos y políticas, que no se acerquen los días de Semana Santa a las cofradías de nuestras ciudades a hacerse la foto. Ahí, en los pasos, se representan escenas del mismo que está clavado en la cruz y que ahora quieren desterrar de las aulas. Lo que no puede ser es que el símbolo sea más o menos ofensivo según nos convenga. Nadie se va a quedar ciego por mirar una cruz, lleva siglos en nuestro mundo y mal que le pese a algunos va a seguir por mucho tiempo más. O dicho de otra manera, ¿por qué no se permite que existan otros símbolos de otras confesiones y aquí paz y después gloria? ¿No somos tan demócratas?

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