Para confirmar la regla, el primero tomó los engaños con cierta alegría y buen son por el derecho, por donde El Juli se empleó con ciertas desigualdades. Las dos primeras tandas, en plan mecánico. Hasta decidirse a bajarle mano, arrastrando media muleta, y con despaciosidad. El toro muy enganchado, y el torero abandonado. Cosa fina, aunque por poco tiempo.
Castella sacó la raza que hay que mostrar en estos casos cuando hay detrás la responsabilidad de figura. Concretamente su primer trasteo fue un canto al valor, al dominio y a la ciencia torera. Con un toro flojo y descompuesto, al que había que esperar y consentir, primero para que no se cayera, y después para que, aún a regañadientes, tomara y siguiera los engaños.
Luque lo intentó una vez más a la desesperada. Pero sin material apropiado. Su primero se caía llevándole por abajo, y no decía nada a media altura, además de sacar lo que en el argot se llama peligro sordo, del que no transciende. El sexto se metía por los dos pitones. La postura del torero fue buena.