Sobrecogedora escena, viéndose todo con minuciosidad.
Menos mal que pronto llegaron noticias de los médicos a los familiares y periodistas en guardia a pie de quirófano. “La vida de Aparicio no corre peligro”, vino a consolar a todos el doctor Máximo García Padrós.
Se alivió algo la tensión, pero las lesiones seguían siendo tremendas. La lengua, el paladar y el maxilar. Aparicio quedó roto.
Algo más de una hora en el quirófano, y viaje en ambulancia al 12 de Octubre para continuar allí la operación. El médico permanecía cauto y con gesto de preocupación. Faltaban muchos datos para unos cálculos todavía difíciles. Y estaba clara la rotundidad del pronóstico, “muy grave”.
Llegó la tarde precedida de las más ilusionantes expectativas, pero torciéndose nada más empezar. Lo de Aparicio lo llenó todo, y en negativo.
El primer toro aparentaba poca cosa, sin cara ni raza, sin fuerzas ni recorrido. No humillaba lo suficiente, pero no se movió mal en el capote. Ahí le enjaretó Aparicio tres lances y media de mucho salero. Ya en el caballo peleó con mal estilo y con la muleta no pasaría de las medias arrancadas.
En un cite al natural, sorpresivamente, perdió pie el torero. El toro hizo por él. Y fue entonces el desastre. El pitón, certero, le atravesó el cuello. Ahora la única esperanza son las palabras del médico tras la intervención dando a entender que pese a todo Aparicio saldrá adelante.
Tremendo mazazo. Ya no había ánimo en el ruedo ni en el tendido. Aunque todavía se iban a dar algunos pasajes notables. Como las verónicas de Morante al segundo de su lote, que hizo tercero en la tarde, y un quite también del de La Puebla de igual guisa todavía con más embrujo al quinto.
No pudo redondear Morante, sin embargo, ninguna faena. Salió a hacerse cargo del toro que hirió al compañero, sin pasar de dos apuntes por el izquierdo. Menos si cabe pudo resolver frente al tercero, que venía al paso y sin humillar. Y notable esfuerzo en el quinto, “empujándole” para que llegara al final del pase. Está claro que no fue la tarde de Morante.
También pintaron bastos al Cid en sus dos primeros toros. Una sardina el primero, por anovillado. Y encima con peligro. Se la jugó el hombre hasta salir por los aires estando al natural. De nuevo la sombra de la tragedia, por fortuna quedándose todo ahí. Y no se arredró, todavía con agallas para volver a la carga. Mas no fue toro suficiente para cuajar faena.
El sobrero de Gavira, dulzón y con fondo, de notable calidad. El Cid estuvo a gusto con él. Se gustó y gustó mucho en el toreo a derechas. Sin embargo, faena a menos. Tuvo menos final el torero que el toro. Pero se rehizo el hombre en el último. Lo que son las cosas: hubiera sido el segundo toro de Aparicio. efe