Mucho se ha ensalzado en las últimas semanas el enorme éxito del Sevilla al conquistar su séptima Europa League -la Copa de la UEFA de toda la vida- que, además de engordar su palmarés, le permitirá jugar de nuevo la Champions League y como cabeza de serie. De la misma manera, mucho se ha escrito sobre el momento dulce que vive el Real Betis Balompié que empieza a despojarse del manque pierda y se ha clasificado por tercera vez consecutiva para competiciones europeas. Temporada que ha tenido el broche formidable de una despedida imperial a su jugador leyenda Joaquín en un partido homenaje a años luz de los tristes epílogos a jugadores franquicias del Madrid y del Barca también en los últimos días.
También se ha derrochado entusiasmo con el logro de la ciudad de Granada que contará con dos equipos en la máxima división en los dos deportes mayoritarios: fútbol y baloncesto. Y lógicamente es muy meritorio que el Almería se haya quedado un año más en la Primera División del fútbol español. Dicho todo esto, justo y merecidísimo, debo ensalzar la gesta del Cádiz de enlazar cuatro temporadas seguidas en la máxima competición nacional. Cuatro cursos seguidos recibiendo al Madrid, Barca, Atlético, a los equipos vascos, etc… y no -con todos mis respetos a estos equipos- al Cacereño, la Universidad de las Palmas, el Amurrio, el Écija o el Motril. Cuatro años jugando sobre alfombras contra las mejores estrellas del planeta y no en campos llenos de calvas e incluso de césped artificial. Cuatro años disfrutando de jugadores de primer nivel como Ledesma, Escalante, Lucas Pérez, Negredo o Brian Ocampo, entre otros, y no los tuerce botas o desechos de tienta que se arrastraban en el crepúsculo de sus carreras. Cuatro años pudiendo seguir por televisión retransmisiones de calidad en los mejores coliseos del país o en el templo cadista. En definitiva, cuatro años en la elite con uno de los presupuestos más bajos de la categoría después de casi dos décadas achicharrándonos en el infierno de la Segunda y Segunda B, del que nos sacó Manuel Vizcaíno.
Por todo ello, como cadista, gracias presidente. Muchas gracias por aguantar críticas injustas de una parte de la afición que, de manera vergonzosa y con cierto tufo racista, asoció las malas rachas del equipo a su procedencia sevillana. Quiero Cádiz y al Cádiz, pero ese Cádiz intolerante, localista y excluyente no me representa. Más bien me asquea porque la necedad no es la ignorancia, sino la asociación mecánica e interesada de las ideas para confundir a la masa con material fácilmente inflamable.
