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Torremolinos

La corrupción

El pueblo es soberano, se dice, y no deja de ser un escarnio en el pueblo de la democracia corrupta.

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La corrupción es un concepto abstracto, no existe la corrupción en la calle; existen los corruptos. Va llegando la hora de que dejemos nuestros hábitos pardillos de admirar a los ricos que han dado pelotazo y empecemos así una campaña de desprestigio del vicio en el ámbito privado. La corrupción privada mantiene la pública y lo poco hace lo mucho. Debemos ayudar a reforzar la autoridad saneando el sector pequeño en que nos movemos a diario. Es que ahora mismo estamos manteniendo, a veces sin darnos cuenta, un canto indirecto de los que han conseguido medrar por malas artes y un desprecio total del camino recto de la virtud.
No lo puedo decir sino así de condensado; no me permite extenderme más el espacio de que dispongo pero creo que será suficiente. A veces damos una sensación de disposición de entrar a saco (como la conversación que se cogió de un célebre ex ministro) en las arcas públicas, que se llevará a efecto o no según vengan los tiempos. Esto no hace sino favorecer las conciencias culpables de quienes no tienen inconveniente en hacer mal uso del salario duro arrebatado al pueblo. El pueblo es soberano, se dice, y no deja de ser un escarnio en el pueblo de la democracia corrupta.
Es que el gobernante de la democracia debe estar vigilado por una institución inteligente continuamente en desvelo. Qué fallo más grande se comete en el comienzo del paso a la libertad cuando se nos cuelan por debajo de los brazos un montón de pillastres cuyo afán de escala social no les permite ver el lado ridículo. Van tan orondos a declarar con las esposas en las manos y a veces encuentran un coro de pardillos aplaudiendo su paso para los juzgados, que ya es el colmo.
Me ha hecho pensar mucho en estos tiempos en la eficacia de la moral de doctrinas que se presentan como salvadoras y que han criado como nido de ratones tanta cucaracha en sus rincones. Y en la mediocridad del hombre. Y en su contraste en los discursos plenos de elevación y rodando por el suelo en cuanto se ven como manipuladores de las leyes. El hombre solitario cada vez queda más desprestigiado, la virtud parece propia de grupos, y la indignidad quiere anidar en las conciencias individuales. En el evangelio se incita a reunirse en nombre de Dios para asegurar por promesa su presencia.
Leo mucho a Tomás Moro como una excepción digna de estudio. Lo difícil no era enfrentarse con Enrique VIII sino con toda una sociedad que se oponía a su decisión personal. Su propia hija Margaret se lo sugiere y él contesta dolido en una carta que ha pasado a la historia. ¿Hay que ser obsesivo para ser cumplidor hasta este extremo? Las cartas desde La Torre es un libro que he retomado mucho y me creo que lo seguiré haciendo. Es que pienso que sin una censura interna de la moral del individuo, una sociedad se hace ingobernable. Ni con un policía para cada ciudadano. Y entonces cabe preguntarse hacia dónde vamos en esta sociedad utilitaria de "si no me ven puedo". El anglicanismo nació sometiendo a la humanidad a un test desconsolador desde una monarquía más desconsoladora aún. Lo repitió el nazismo con su saludo, lo estudia Bettelheim, y así nosotros nos seguimos haciendo la pregunta "¿la vida o la conciencia?". La conciencia es la que importa porque el hombre importa y ella ordena la vida social. Los corruptos atentan contra la humanidad. Pero a veces los aplaudimos.

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