Pasaron los días de felicidades y regalos bajo la sombra oficial de las efemérides vividas. Son fechas en las que el regalo y la gastronomía protagonizan los eventos. El amor está o vuelve a los hogares. La amistad busca revalorizarse, el compañerismo llega a mezclarse, sin ceder nunca a combinarse, recobrando su antiguo estado cuando el júbilo indiscriminado cesa. Las felicitaciones orales son brisas que no llegan a balancear las copas de los árboles. Si adoptan las formas escritas, recordaremos que la frialdad acaba con el fruto que acaricia. Enero, tras vivir días de ilusión y reparto de obsequios, aparta su colorido monárquico e inicia, con escasa indumentaria especifica de asténico contenido monetario en sus bolsillos, una escalada - la cuesta de enero - que como en un “maratón de masas” cada uno llega en el puesto que sus posibilidades económicas le permiten, pero siempre extenuados. Se hizo un derroche, hubo prodigalidad económica, pero como aquellos antiguos novios que esperaban durante largo tiempo a sus amadas, diremos que merece la pena la espera, dada la valía y el encanto de lo esperado, es decir, el gasto no tiene comparación con la felicidad que se vive.
En este mes la economía se hace elástica y hay que estirarla cuanto podamos. Siempre hay posibles, aún en lo que consideramos a primera vista irrealizable. Crece la higuera en la montaña rocosa dando a un terreno inerte la posibilidad de mantener una vida sobre condiciones que se consideraban imposibles. El manejo inteligente de los recursos nos da aires de dominio. La quietud es fundamental en el arte de torear, pero no en la árida secuencia diaria de la vida. La cuerda de la economía se adhiere al cuello humano por estas fechas. La capacidad de superación del mismo evita que lo estreche. Sin injerencia extraña la solución positiva vence.
Somos buenos por naturaleza, extraños en el comportamiento, duros cuando la soberbia nos envuelve, tiranos cuando el poder se posee. La indiferencia se mueve en los brazos de la pereza. La ignorancia es la rojiza cresta del semental gallo, de los corrales idealistas. El rebaño es la quietud obediente de ciudades y campos. La tragedia va unida a la liberación de los esclavos, de sus grilletes. Se niega a Dios, pero es necesario y si no existiera habría que comenzar a forjarlo. La enseñanza religiosa no puede desplazarse porque los ministros o profesores que la exponen y difunden vivan una vida contraria a las proposiciones del texto biblico. Gracias a este Dios que discutimos existe el amor, la puerta más sublime que todos debíamos de cruzar. Este escaso paréntesis festivo ha tenido además la osadía de intentar dejar en silencio la convulsa vida nacional. La gota de rocío cree que puede humedecer los campos. A lo largo del “día de la vida” el furor de un aire ventisco o el calor de los "”infrarrojos” le volverá a la realidad, convirtiendo en nula utopía su noble esperanza.
Volvemos de nuevo a la realidad. Resentimiento, envidia, odio o venganza alcanzan todas las circunvoluciones y todos los rincones de nuestro cerebro. No se debaten los asuntos que atañen a la vida nacional. Emulando a los seres irracionales las disputas son tan violentas como el caudal de fuerza que las promueve y sigue ganando el que mayor corpulencia, basada en los apoyos que recibe, tiene. El poder alcanza el extraño calificativo de “Frankenstein” y las monstruosas leyes promovidas o por promover, dan un eco al chocar contra los débiles muros de una sociedad quieta, insegura y de esperanza perdida, que acaba doblegando al ciudadano ante una mayoría, cuya cohesión la mantiene intereses muy particulares que superan cualquier lazo de unión que nos recordara amor a la patria, a sus habitantes, al bienestar de estos, a la seguridad personal y el derecho a la propiedad, base de un Estado verdadero y que intenta el progreso. Comenzamos a mirarnos con recelo de animales en jauría. No importa la persona, ni sus cualidades, ni sus niveles de experiencia y saber, ni la eficacia que haya conseguido, solo interesa el color de su piel política, azul o rojo y el apoyo que pueda aportar, para que los sillones del poder no cambien de nalgas. Cuando te ayuda y lo consiente, un enemigo las rejas de la mazmorra en que te ves envuelto, se estrechan de tal modo que ni siquiera las manos podrán introducirse a través de ella y vivirás solo del “mendrugo” diario que este quiera ofrecerte.
También en este enero los pueblos inteligentes y que buscan evolucionar positivamente a diario, debían de pensar que desde hace miles de años, partiendo de la sociedad griega, el ser humano ha luchado y perdido incontables vidas por tener libertad y desprenderse de los mandos únicos, del tirano o dictador y que fuera del conjunto de ciudadanos, de donde emanara el poder gubernativo. Que la tierra que permite nuestras pisadas fuera a la par la suave y tierna alfombra, que acaricia nuestras plantas con sentimiento de madre y que la nación fuera nuestra madre biológica, no adoptada o fragmentada por hijos que viven de su fortuna y desprecian su cariño.
Solo hay una posibilidad de seguir siendo un estado unitario, la inteligente y razonable utilización del voto, cuando llega su momento, pero por ahora y en este año de 2024, un pueblo entero estará sacrificado a la voluntad de un solo hombre, que a la vez deja escapar varias piezas del puzle español, con tal de no soltar su juguete, aunque este ya no pueda dar la imagen que su origen, de más de quinientos años, mantenía. ¿Sobrecogedor, exagerado, real o incierto? Abrir bien los ojos queridos lectores para que el nublado político que se nos presenta sea posible reducirlo, sin llevarnos a nuevas caídas. Observar es inteligente. Comentar sin conocer, arriesgado.