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La Vuelta al Mundo en 1109 Días: la historia del Nao Victoria

El espectacular barco del Siglo XVI, Nao Victoria, se encuentra atracado en el puerto de La Línea

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  • La Nao Victoria. -

Si alguna vez te ha picado la curiosidad por saber cómo era la vida a bordo de los barcos durante el Siglo de Oro estás de suerte: la réplica de un barco del Siglo XVI se encuentra atracado en el puerto Alcaidesa Marina, en La Línea, y no tiene pensado marcharse hasta el uno de diciembre. A bordo uno puede sumergirse en el modo de vida de los aguerridos lobos de mar de antaño para sentirse como un auténtico marinero, aunque sin el peligro de contagiarse de escorbuto y ese tipo de cosas menos atractivas.

Este barco fue el primero en dar la vuelta al mundo, aunque al contrario que Phileas Fogg tardó algo más de tres años en completar el viaje. La expedición se planeó origininalmente en Portugal, pero ante la negativa de sus gobernantes se pasó a los Reinos de España, donde se dotó a la expedición de cinco barcos. Los otros cuatro fueron pereciendo a lo largo del camino, ya fuese porque debían volver al puerto o los hundían los piratas, sin embargo el Victoria logró cumplir su objetivo y regresar a casa cargado de tesoros... aunque con un capitán diferente. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Hubo una época anterior en la que, por inverosímil que parezca, no existían las neveras ni esas cómodas formas de mantener la comida a salvo de bacterias, insectos y la podredumbre en general. Así, los marineros se veían obligados a transportar alimentos secos, como pan o galletas, y animales vivos. Todo ello se guardaba en las bodegas, cerradas con llave para evitar robos. Aunque el olor de tener animales encerrados era ya de por sí nauseabundo, el auténtico peligro eran los gases nocivos que podían formarse si la vaca de turno había estirado la pata sin que nadie lo supiese. Para hacer frente a este problema los marineros colocaban jaulas con un pequeño pájaro a la salida de la bodega, ¿el pájaro estaba vivo? Podían bajar a por la cena. ¿Estaba muerto? Mejor volvían después de airear la zona.

Si las bodegas estaban ocupadas por el cargamento, ¿dónde dormía la tripulación? En la cubierta. A excepción del capitán, que tenía su camarote propio, los marineros se acostaban sobre la fría madera mojada y descansaban lo que las condiciones meteorológicas les permitiesen. Ya hubiese lluvia, granizo o un oleaje que tuviese anegada la cubierta, los tripulantes de menor rango debían tumbarse sobre los tablones y dormir a la interperie. Los oficiales podían resguardarse en la parte trasera, donde las inclemencias del tiempo no eran tan palpables, sin embargo el único con una cama propia era el capitán.

La forma de pilotar el barco también era curiosa: en lugar de un timón se debía girar un enorme palo de madera maciza que era el responsable de cambiar el rumbo. Dado su tamaño y peso a veces eran necesarios hasta cuatro o cinco hombres para moverlo. Otros utensilios que utlizaban eran, por ejemplo, el astrolabio (una especie de GPS que deducía la posición a través del Sol y las estrellas), la brújula, el escandallo (un peso atado a una cuerda para medir la profundidad del mar) o la corredera (utilizada para calcular los nudos a los que se mueve la embarcación).

Para finalizar hablaré del origen de dos expresiones muy conocidas. La primera, vete al carajo, proviene de ese palo tan alargado que se ve en todos los barcos de la época. Además de servir como atalaya era un sitio al que nadie le gustaba ir: está alto y se mueve mucho, algo que junto a una buena borrachera (estado en el que los marineros siempre solían encontrarse) era la mezcla perfecta para un intenso mareo. Así, uno de los castigos más odiados por la tripulación era el de irse al carajo.

La segunda, salvarse por los pelos, tiene un pasado mucho más literal de lo que uno pueda pensar. Los barcos no eran un lugar frecuentado por los peluqueros, por lo que los marineros tenían, en su mayoría y si la alopecia no había hecho mella en ellos, largas melenas. Así, cuando uno caía por la borda la mejor forma de rescatarlo era estirarse y agarrarlo por los pelos para subirlo de nuevo al barco. ¿No era más fácil frenar tirarle una escalera o algo así? Reconozco que yo también he tenido el mismo pensamiento, pero supongo que si se hacía así sería por algo, ¿quién soy yo para juzgar las costumbres de los marineros del Siglo XVI?

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