El brutalismo es una corriente arquitectónica surgida en la década de los años 50 en la que se apuesta todo a la pureza de la estructura, que se deshace de cualquier tipo de ornamento para optar por construcciones “en bruto”, en las que el material habla por sí mismo. Brady Corbet parece asimilar los principios de esta corriente para aplicarlas a The Brutalist (2024), su última película, en la que se realiza una valerosa apuesta por la pureza de la experiencia cinematográfica y la capacidad del cine para crear narraciones majestuosas e imperecederas, que hablan por sí mismas sobre nuestro mundo y nuestra historia.
Durante los 215 minutos que dura The Brutalist se desarrolla un relato épico y trágico que abarca varias décadas de la vida de László Tóth (Adrien Brody), un talentoso arquitecto que se ve obligado a huir de la Europa de la posguerra y emigrar a los Estados Unidos de América en 1947. La ambición de este “relato río” nos desborda desde su obertura, una secuencia sobrecogedora que nos presenta la llegada de László a la tierra de la libertad mientras se intercala la voz en off de su esposa Erzsébet (Felicity Jones), quien le escribe cartas todavía atrapada en Europa. Las notas de la hermosa partitura de Daniel Blumberg culminan con un espectacular plano invertido de la famosa Estatua de la Libertad, una imagen cargada de significado que recoge las intenciones que tiene el director con respecto a su historia, una obra inabarcable sobre las pulsiones que cimentaron un país basando su falso sueño de libertad en el poder del capital sobre las personas, sus deseos y su trascendencia.
The Brutalist está dividida en 5 partes (la obertura antes mencionada, una primera parte, un intermedio, una segunda parte y un epílogo) que abarcan varias décadas de la vida del arquitecto y su familia, pero el grueso de la trama sucede en los años 50, cuando Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un empresario industrial multimillonario, encarga a László la construcción de un mastodóntico edificio. Se establecerá entre artista y mecenas una relación envenenada, en la que uno aportará el genio creativo y el otro el capital necesario para su materialización. Poco a poco se harán evidentes los problemas propios de una relación que nace del ansia por capitalizar y explotar el arte hasta su apropiación, como el clasismo o la xenofobia, problemas que, por otro lado, siempre han estado ligados a los orígenes de la nación norteamericana.
Tras más de tres horas de metraje en las que la tragedia sobrepasa y violenta a la épica, y solo al llegar al breve epílogo veneciano, la película otorgará al espectador la oportunidad de asirse emocionalmente a un anticlímax cargado de significado, en el que el legado del artista, libre ya de las garras del capital, se autodefine como la obra de arte que siempre fue, ahora sí, con la plenitud que le otorga el todopoderoso e inalterable paso del tiempo, que siempre se encarga de poner las cosas ni más ni menos que en el lugar que les corresponde. Seguro hará lo mismo con esta grandiosa película.
Vista, en su muy recomendable versión original, en los cines Artesiete Bahía Platinum. Aprovechen que aún está en cartelera para asistir a esta inolvidable experiencia cinematográfica, que ha acumulado 10 nominaciones a los premios Óscar.