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España

Problema de información ante las catástrofes

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Como siempre sucede en este país, los políticos y gobernantes parecen más interesados en buscar culpables ajenos que en poner sobre la mesa alternativas para que no se reproduzca los problemas. Y lo lamentable es que mientras ellos discuten, los ciudadanos sufren la consecuencias y, en algunos casos, hasta pagan con su vida la falta de previsión y de un trabajo coordinado entre las administraciones, como ha sucedido estos días atrás con el vendaval de viento que ha ocasionado doce muertos. Está claro que hay cosas que no se pueden prever, que el clima, pese a lo que digan algunos conservadores, está cambiando y que en España debemos de empezar a acostumbrarnos a situaciones que no suelen ser habituales, como ya sucedió con la nevada que cayó en Madrid o con estos ciclones que han arrasado parte del país. Pero la labor de los gobernantes es prevenir estos cambios y arbitrar soluciones que puedan llegar a todos los ciudadanos, sobre todo cuando se observa que hay una falta de responsabilidad, generada por el desconocimiento, de cómo actuar a nivel de calle ante estas situaciones como las que se ha visto, con gente que se ha acercado a la orilla del mar para ver las olas cuando había ráfagas de viento de 120 ó 150 kilómetros a la hora, lo que ha provocado más de un muerto. Por eso, los políticos no deben obsesionarse por ver a quién se le puede echar las culpas, sino ver qué está realmente fallando, ya que pese a que todo lo que rodea la meteorología está siempre acompañado de imprevistos, lo cierto es que algo no se está haciendo bien cuando con cada caso especial, bien sea nieve o viento, se produce un caos en todo el país. Y buena parte de la culpa de estos errores se pueda deber a que suele haber demasiadas voces y organismos buscando soluciones puntuales y ningún órgano nacional que tenga una potestad propia para lanzar los mensajes de seguridad o de alarma en cada momento. No se trata de quitar competencias a las autonomías o incluso a los ayuntamientos, sino arbitrar alguna fórmula para que ante la previsión de una catástrofe sólo haya una voz autorizada que coordine los esfuerzos y advierta del peligro que se corre, en lugar de las cientos que hay ahora y que a la postre confunde más que ayudan.

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