Ese desajuste que hace chirriar a la información difundida no es tanto la opinión que doña Sofía pueda o no tener sobre cualquier tema de la actualidad, que la tendrá y será favorable o contraria, sino el hecho mismo de que opine.
La Reina -como el resto de miembros de la Casa Real, pero en especial ella- se ha distinguido en los treinta años que llevamos de democracia por tener un papel absolutamente secundario, meramente protocolario y, como ha dicho el vicesecretario de Comunicación del Partido Popular, ha sido como la bandera, que ha estado donde tenía que estar, ha lucido, pero no ha intervenido ni ha hecho declaración alguna. A doña Sofía, en todos estos años, apenas si se le ha oído en algún breve discurso de apertura de un curso o de clausura de otro. Nada más.
Si fuera por sus palabras en público los españoles casi podríamos decir que no conocemos su voz.
Por eso, chirría que, tras tres décadas si decir nada de nada, se despache ahora en un libro opinando en contra de decisiones del Gobierno, aprobadas en las Cortes y con rango de ley, tan sumamente sensibles como de las que estamos hablando. Ni parece lógico, ni encaja con su personalidad y con su comportamiento desde siempre. Y menos aún con que haya “autorizado” su publicación en el libro, toda vez que el contenido de éste se envió a la Casa Real para que diera su visto bueno.
Partiendo de la base de que Pilar Urbano no parece que haya sido capaz de inventarse opiniones y ponerlas en boca de la Reina, porque semejante actuación tampoco encaja en la trayectoria de esta reconocida periodista, cabe pensar que, probablemente, doña Sofía haya expresado alguna opinión en la conversación que mantuvo con la periodista, que entendió eran privadas -es decir, no publicables- y que, sin embargo han visto la luz pública y, de paso, se han convertido en una magnífica campaña publicitaria para el libro, que por este asunto ya conoce todo el mundo.