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Una estampa irrepetible para un Vía Crucis extraordinario

La coincidencia con el Año de la Fe justificó una serie de cambios en el tradicional Vía Crucis de las Hermandades -en esta ocasión presidido por el Cristo de la Defensión- que sin duda lo convierten ya en irrepetible

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  • El Cristo de la Defensión preside el Vía Crucis en la Catedral -

El Cristo de la Defensión presidió ayer el anual Vía Crucis de las Hermandades, en este caso de carácter extraordinario dada su coincidencia con el Año de la Fe. Por este motivo, el acto tradicionalmente enmarcado en el primer lunes de Cuaresma se adelantó en 48 horas con el objetivo de facilitar el respaldo popular. Además, la Hermandad de la Defensión quiso que su titular procesionara sobre el paso del Santo Crucifijo de la Salud, ofreciendo de este modo una imagen bien distinta de la habitual.
Los cambios no parecieron lograr el efecto deseado, toda vez que el traslado del Cristo de la Defensión a la Catedral -que se inició a las cinco y media de la tarde- no contó con más seguimiento del habitual de este tipo de actos e incluso se echó en falta la presencia de numerosos hermanos mayores, toda vez que no eran pocas las cofradías que ayer celebraban sus cultos cuaresmales.
Eso sí, la cofradía de Capuchinos preparó con celo todos los detalles de un cortejo pleno de solemnidad abierto por un muñidor acompañado de cuatro servidores vestidos de libreas que portaron los símbolos de la Fe. Además, precedieron a la cruz de guía cuatro parejas de hermanos con cirios y acólitos revestidos de dalmáticas rojas con incensarios.
En el cortejo se integraron también la bandera del colegio de la Compañía de María y el guión castrense, figurando igualmente representaciones de unos estamentos vinculados de modo singular a la Hermandad de la Defensión. Detrás del estandarte corporativo se situaron los hermanos más veteranos de la cofradía, ex hermanos mayores y miembros del Consejo local de la Unión de Hermandades.
Ante el paso, una cruz conventual marcó el camino de los doce ciriales que pretendieron representar a los apóstoles, que fueron los primeros transmisores de la Fe. Tras ellos, cuatro incensarios y el conjunto músico-vocal San Pedro Nolasco, que durante todo el recorrido interpretó cantos gregorianos, salmos y motetes alternados con polifonía barroca. Entre esas piezas destacó una basada en la melodía principal de la marcha que Abel Moreno dedicara al Cristo de la Defensión.
El paso lució un curioso exorno a base de eucalipto y cardos, en tonalidades verdes, salpicado con algunos lirios, en lo que sin duda se antoja ya una estampa irrepetible. Detrás del crucificado se dispuso un cortejo litúrgico integrado por catorce acólitos revestidos de sotana negra con sobrepelliz blanco, que trataron de evocar las catorce estaciones del Vía-Crucis.
Tras abandonar el convento de Capuchinos, el cortejo buscó la Catedral tomando por Sevilla, el lado derecho de la Alameda del Mamelón y Marqués de Casa Domecq, para realizar una primera parada ante la capilla de San Juan de Letrán, donde Nuestra Madre y Señora del Traspaso se ofrecía en ceremonia de besamanos.
Posteriormente continuaría por Rafael Rivero, Tornería, Plateros, José Luis Díez, Cruces y Reducto. De camino hacia el primer templo diocesano, el crucificado padeció un leve percance que provocó el desprendimiento de dos de los dedos de su mano derecha. En el interior de la Catedral, al filo de las siete de la tarde se procedería al rezo y meditación de las catorce estaciones del Vía Crucis.

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