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Diego Costa mantiene al Atlético agarrado a la Liga

Porque sabía el Espanyol que la única forma de poner en aprietos al Atlético es empleándose de la misma manera, con idéntica intensidad

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Un gol del hispano brasileño Diego Costa le bastó al Atlético de Madrid para vencer al Espanyol y sumar tres puntos que le permiten continuar en la lucha por el título de liga, cuando ya el campeonato enfila la definitiva cuenta atrás, en un encuentro sufrido y más tenso que brillante, en el que los visitantes ofrecieron una buena imagen y cerca estuvieron de empatar.

Porque sabía el Espanyol que la única forma de poner en aprietos al Atlético es empleándose de la misma manera, con idéntica intensidad. Así lo había hecho en la primera vuelta en Barcelona y así logró el triunfo entonces. Por eso, el mexicano Javier Aguirre diseñó para el Calderón un dibujo parecido, con las líneas adelantadas y una buena presión al rival desde el medio campo en adelante.

Lo acusó el Atlético de Simeone, que alineó al belga Toby Alderweireld en el centro de la defensa por la sanción del brasileño Miranda, al argentino José Sosa y al portugués Tiago Mendes en lugar de Koke Resurrección y del suspendido Mario Suárez en el centro del campo, y a David Villa en la posición de Raúl García.

Sufrieron los locales la concentración del Espanyol, que movía bien el esférico en los tres cuartos de campo, donde el uruguayo Christian Stuani y los portugueses Simao Sabrosa y Pizzi, dos ex atléticos, fueron un buen apoyo de Sergio García.

Por eso, Stuani pudo adelantar a los suyos muy pronto, después de una pérdida de balón de Gabi Fernández, y el propio Sergio García, mediada la primera mitad, con un bonito disparo dentro del área que repelió con brillantez Courtois.

No era el partido de Atlético, que padecía para sacar el balón jugado desde atrás, y que volcó su ataque en la primera parte por la banda izquierda, a la que se cambió Sosa para desde allí servir sus envenenados centros.

Desde ese flanco envió el argentino un servicio casi perfecto a David Villa que el asturiano remató de cabeza y obligó a una gran intervención a Kiko Casilla. Era el minuto 16 y la primera vez que el Atlético asustaba seriamente.

Lo volvió a hacer Gabi Fernández poco después con una bonita volea y de nuevo Villa, en el último tramo del primer acto, con otro remate con la testa que salió pegado al palo izquierdo del cancerbero visitante.

Pero no sufría el Espanyol más de la cuenta, ni tampoco cuando el público reclamó un posible penalti de Juan Fuentes a Diego Costa, o cuando el hispano brasileño intentó repetir el remate que ocasionó el primer gol ante el Milán en el partido de Liga de campeones, de forma acrobática, con los pies por delante.

No se descomponían los hombres de Javier Aguirre y no aparecía en exceso Diego Costa, al que su equipo había echado en falta en la primera mitad. Suspiraba por sus potentes zancadas en vertical, esas que desquician a los defensas contrarios. Y de una de ellas llegaría el primer tanto al poco de iniciarse la segunda mitad. En el minuto 55 Villa le puso un balón en profundidad y Costa arrancó con su ímpetu característico en busca de Casilla. Se plantó ante él y le batió en su salida.

El tanto despertó a la grada y a los jugadores del Atlético. Especialmente al propio Costa, que había firmado su vigésimo segundo tanto en liga y su trigésimo de la campaña. Pero Costa quería más y lo buscó con ahínco en medio de un partido de ida y vuelta en el que el Espanyol nunca arrojó la toalla e hizo sufrir al Calderón.

Porque sabía el Atlético que la victoria era imprescindible para seguir agarrado a la lucha por el título. Cada partido es una final en la que no hay margen de error y esa presión actúa en contra de su templanza. Instintivamente, el equipo guarda como un tesoro las ventajas que adquiere. Así se empleó en los últimos veinte minutos, en los que el Espanyol muy cerca estuvo del empate.

Porque retrocedió mucho el Atlético y se olvidó del balón. Se quedaron sus hombres mirando al enemigo y se temió por la igualada. A punto estuvo de lograrla David López y cada incursión del colombiano John Córdoba creaba mucho peligro. Cada minuto era un mundo para la grada, que celebró a lo grande el silbato que decretaba el final.

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