“Los españoles somos gente que enterramos muy bien”. Rubalcaba
El mismo país que se debate estos días en asuntos vitales relativos a reforma fiscal, monarquía dividida entre un lifting regenerativo y la imputación a la infanta Cristina, el cese forzado de Magdalena Álvarez del BEI por los EREs o el vergonzoso, mucho, espectáculo que está dando UGT bajo la pancarta Cirene sobre algo conocido por todos y relativo al uso fraudulento de dinero concedido para cursos de formación en esta Andalucía que supera el millón de parados, el PSOE, me sitúo, vuelve a dividirse en familias para, de manera cíclica, disputarse otra vez el poder interno. Nada nuevo. En política es tan importante saber elegir familia como cuándo hacerlo e, incluso, de aparentar no hacerlo saber hasta cuándo mantenerse en tierra de nadie porque desde ahí no se asciende. Se mide hasta cuándo te apuntas a caballo ganador para medir los niveles de oportunismo y, en consecuencia, ordenar la cola. Es el arte de saber elegir y situarse dentro de enclaves familiares.
Una mirada atrás. Corría abril de 2009 cuando Manuel Chaves, presidente de la Junta, presentaba su dimisión para ocupar, parecía entonces, un puesto de relevancia en el gobierno central; en realidad, lo que hacía era rellenar un despacho sin contenido para, sobre todo, huir de la posterior imputación por los ERE, lo que se llama salvaguardar la marca arrastrando culpas –algo que se ha puesto muy de moda-. Pese a que Zapatero prefería a Mar Moreno para el puesto, por entonces consejera de Presidencia y perteneciente a la familia de Jaén pero enfrentada al poder que allí siempre manejó Zarrías, Chaves logró colocar a su amigo de cines y viajes José Antonio Griñán, más de su familia por entonces, quien cultivado en el mundo de la lectura y las ideas lo primero que hizo fue sacudirse el tutelaje de Chaves, quitarle el poder orgánico a Luis Pizarro, que dimitió de consejero en la SER, crear su propio círculo familiar y lanzarse a un proceso de renovación. De ahí, el griñanismo frente a la vieja guardia; se rodeó de una familia joven como Susana Díaz, por entonces secretaria de organización, Mario Jiménez, a quien Javier Barrero había cedido testigo en esa otra familia que cohabitaba en Huelva, y Rafael Velasco, que huyó a la primera de cambio tras filtrarse, intencionadamente y, parece, desde adentro, una subvención presuntamente irregular concedida en formación a la empresa de su mujer, muy de su familia.
La historia es por todos conocida, acabó más tarde con la dimisión de Griñán por más o menos las mismas razones que antes se fue Chaves, relevo posterior medido hacia Susana Díaz y, con ella, la puesta en funcionamiento de otras claves familiares donde la renovación ha dejado de ser un asunto principal -de hecho el gobierno nombrado por Díaz tiene la media de edad más avanzada de todas-, se ha producido hasta la reconciliación con Pizarro y Cabaña, contra quienes el anterior poder familiar mantuvo una cruenta guerra en Cádiz que terminó con la secretaría general de la provincia en manos de Irene García: la ex alcaldesa de mi pueblo adoptivo dejó atrás a su familia sanluqueña para emprender una aventura en el destierro provincial donde otras familias habitan y, ahí, le está siendo fácil perderse, diluirse o, intencionadamente, camuflarse. A saber, pero las familias de cuna son las que aceleran sincero el ritmo cardíaco.
Susana Díaz, que de reojo vigila hasta a su propia sombra no sea que la adelante, tiene variadas habilidades y de entre ellas está el hacer creer a todos que pertenecen a su nueva familia, si bien lo cierto es que cuando eleva nombramientos lo hace en clave de quienes con ella crecieron en juventudes, fieles a su causa, no aspirantes a nada sin obtener permiso. Por eso Mario Jiménez está fuera, por eso otros también lo están solo que, ajenos, no han recibido notificación, aún. Y no digo que esté mal el proceder, para nada, de hecho el resultado tras medir el crédito obtenido en tan poco tiempo es absolutamente abrumador y en política esto manda. Por tanto, su familia está bien, gracias.
Madina & Sánchez. De haberse dado una situación similar a la del congreso de Granada donde fue aclamada por todos sin oposición para sustituir a Griñán, Díaz se hubiese ido a Madrid. Pero ante lo incontrolado de una votación de la militancia y varios candidatos, midió el vértigo e hizo bien dando un paso atrás, no dejándose llevar por las ganas, tal vez pensando que aunque apoye más a Gómez, como en Andalucía casi todos harán por aquello de que cualquiera menos Madina, sabe, o intuye, que el liderazgo saliente será débil porque probablemente ninguno de los candidatos arrolle. De un liderazgo débil, tal vez, nazca una candidatura débil para enfrentarse en un año a Rajoy que, tal vez, derive en un resultado débil. Solo tal vez, apunto. Para entonces, quizás, Andalucía haya votado y la urna le trace un trayecto, sin peaje, por aclamación y directo a Madrid que, de ser yo un asesor político que para nada, idearía perfecto. Ahora no le han cuadrado los tiempos ni las formas, tal vez más adelante sí, entre otras razones porque todo el socialismo respira un aire de desencanto en el sentido de que casi nadie, independientemente de apoyos, ve ni en Madina ni en Gómez la solución de coraje que el futuro de este partido, aparentemente, necesita. Nadie lo reconocerá abiertamente, es obvio, tanto como que esto no pasa desapercibido para alguien como Díaz, curtida en la trinchera de la estrategia orgánica y, fruto de ello, muy bien posicionada como referente solvente de futuro, todo a pesar de no haber medido la dimensión real de su nombre con el trasiego del mismo por la ranura de urna ni haber defendido balance de un primer ciclo de gestión.
La familia mata y, como decía Rubalcaba, “en España se entierra muy bien”. De hecho asistimos ahora y en directo al suyo propio, como antes vimos otros y, no lo duden, el futuro nos traerá tantos como vivos hay. Cuando hasta la oposición te aplaude es que estás, definitivamente, muerto; regresa a la universidad para dar química y espero que formule distinto a mi Walter White de Breaking Bad, aunque no puedo evitar imaginármelo con la careta puesta y una mueca malvada en el rostro pensando en la familia mientras cocina meta. Lo sé, me pierde a veces esa neurona friki que en mi cerebro disputa espacios.
El PP, dedócrata, en esto es menos divertido, más sosón, más del estilo del jefe ya dirá cuándo y cómo se establecen los turnos para pensar. A pesar de lo cual hay familias, Soraya contra Cospedal y enjambres mutuos, por ejemplo, que se odian en secreto y lo hacen, me imagino, ante la divertida mirada de Mariano, el lento, que con humeante habano y observando a través de monóculo, divago, las deja conspirar porque, en definitiva, no hacen mayor daño a nadie y resultan hasta divertidas. Pero no es como la familia del PSOE, que me recuerda más a esas reuniones navideñas donde obligatoriamente te rodeas de suegras insufribles, cuñados envidiosos y gorrones y demás fauna parental a la que, en realidad, soportas poco más de diez minutos y ante la cual te muestras feliz porque toca pero, alerta, vigilas porque sabes que entre ellos más de uno idea introducirte, mientras sonríe, la cucharilla del postre por ese común y oscuro orificio prieto. Un dolor, para según quién, muy familiar.