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“El árbol de tu nombre” y de Jorge de Arco

\"Ha ganado el lector, pues, dos libros, en inglés y en español, amén de una compilación de poesía amorosa (y de la memoria), de un escritor aplaudido por la crítica...\"

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  • Portada del libro. -

La colección El levitador de la editorial Polibea, que dirige con batuta generosa y buen tino Juan José Martín Ramos (ya casi 50 poemarios editados), ha tenido el acierto de encargar la traducción de una breve antología de Jorge de Arco (1969), “El árbol de tu nombre”, a Almendra Staffa-Healey. Ha ganado el lector, pues, dos libros, en inglés y en español, amén de una compilación de poesía amorosa (y de la memoria), de un escritor aplaudido por la crítica y refrendado por numerosos premios, al que no vamos a descubrir ahora en sus conocidas virtudes.


Casi veinte poemas engarzados en el anillo del amor-desamor o soledad sin la amada: desde “El andén”, hasta el anhelo de “El fruto de tu invierno”, “Al sur de mi pecado” o “El tiempo en tus pupilas”. Es extraño encontrar entre tantos poetas desolados bajo una u otra forma, tras tanta elegía y planto, un escritor tan verosímil cantando a la amada con deseo y virtud conjugadas entre la Afrodita Urania y la Pandemos, sin feísmos, con la fuerza bien engastada en el círculo amatorio y la pasión explícita.
Melancolía y memoria ponen a veces el contrapunto a este saber decir desde una palabra cercana, que no se plantea como Ducasse si debe escribir en verso para distanciarse de los hombres, sino que, con lenguaje abierto, sin hermetismos, con imaginería propia, abre su libro al lector para ser útil. Trae pues la cortesía de la claridad y de la utilidad, frente al poema jeroglífico (donde a veces el rey está desnudo) o el meta-poema (con excepción del buen Antonio Méndez y algún otro en esa onda).
Esta claridad sofisticada y elaborada no significa ni mucho menos simplicidad, sino el moderno clasicismo del verso y el versículo luchando por establecer un contrato de lectura real.  Luis García Montero o Luis Alberto de Cuenca han defendido y teorizado sobre esta necesidad real de no generar un arte críptico y, a veces, impostado.


Jorge de Arco, filólogo que conoce los palos de la métrica como Antonio Carvajal, ha optado por esa libertad del decir claro, que entronca con Miguel Hernández y Pablo Neruda en la tradición de ser explícito en el canto amoroso gozoso (“Tu falda es un verano”), de contar los desvelos de quien se queda solo, pero, como recuerda Vicente Molina Foix en su prólogo, con la certeza  de “la verdad del amor frente a la falsedad del olvido en última instancia”. Y pese al verso de José Hierro donde “el aguardiente tiene sabor a nunca más”.


Felicitamos pues al editor (y a la tarea que esforzada y entusiasta está realizando al descubrir muchos poetas -Marta Fuentes, Verónica Aranda, Francisco José Martínez Morán…), a la traductora y, por supuesto, a uno de esos poetas cuyo nombre no está escrito en la arena.

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