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Franco, inocente oficial

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Garzón se inhibe en la causa del franquismo a favor de otros juzgados. Es casi tanto como considerar que Franco ve extinguidas sus culpas presuntas, consciente como fue en vida de que él solamente sería responsable, decía, “ante Dios y ante la Historia”. Ignoro cómo habrá medido el primero las culpas de su siervo Francisco, caudillo por Su Gracia (eso decía al menos el mentado caudillo, y a ver quién le contradecía) y generalísimo de los ejércitos por mor de las armas. Lo de la Historia ya es otro cantar. A los niños que estudiamos bajo el franquismo nos mintieron –bueno, dejémoslo en que obviaron algunas cosas– y a los niños que estudiaron, y estudian, en la democracia simplemente les han hecho olvidar lo que fue el franquismo. Así que, si no absuelto por la Historia, el hombre que nos gobernó durante cuarenta años con mano de hierro inmersa en guantelete de acero va a salir bien librado por esa Historia, que oficialmente prefiere mirar hacia otro lado.

Que todo el lío montado por Garzón en su afán indagatorio, más propio de un historiador o de un periodista que de un juez, haya quedado en casi nada es, me parece, injusto. Ahora que habíamos abierto el baúl de los (malos) recuerdos, tendríamos que haber completado la investigación –aunque ya haya mucho sobre eso– de lo que ocurrió en la guerra civil y, sobre todo, en la muy poco conocida posguerra. Época cruel, de dureza extrema, donde se cometieron no pocos excesos; puede que, ahora, una nueva sombra de olvido caiga sobre las víctimas de tales excesos gracias a esta inhibición de un juez que acaso debería haber medido mejor el alcance y limitaciones técnicas de su iniciativa. Pero que, al menos, tuvo esta iniciativa, que tantos otros en las cátedras, en la enseñanza, en el periodismo, en la tarea de historiar, en cambio declinaron.

Y esto, considerar a Franco exento de responsabilidades gracias a la prescripción de sus presuntos delitos, ocurre precisamente unas horas antes de que llegue un nuevo 20 de noviembre. Burlas del destino. Treinta y tres años han pasado –ya es oficial– desde que murió, en la cama, el hombre que fue una pesadilla para muchos españoles. Ahora descansará más en paz que nunca, si cabe.

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