El 5 de febrero de 2001, Fernando García Arévalo (Taraguilla-San Roque, 1967) se encontraba en la playa de Bolonia. Es reportero gráfico. Ese 5 de febrero una patera naufragó y los cadáveres de diez jóvenes inmigrantes fueron recuperados en la ensenada tarifeña. El siniestro se produjo poco antes de las 03'00 horas en una zona abrupta del rompiente de la playa, próxima a la línea de costa.
Fernando fue uno de los pocos fotógrafos que estaba allí cuando los agentes de la Guardia Civil recuperaban los cuerpos sin vidas. Divisó un cadáver que las olas golpeaban contra las rocas. Se acercó a él y tiró de una de sus piernas en un intento de arrastrarlo hacia la orilla. En ese momento sonó un teléfono móvil que el ahogado llevaba enganchado a su cuerpo con cinta de embalar para hacerlo estanco. Alguien estaba llamando a esa persona que en un intento de llegar a Europa de forma clandestina había encontrado la muerte a pocos metros de su destino.
“Me noqueó la llamada de teléfono que recibió un cadáver que en ese momento yo estaba sacando del agua. Momentos difíciles hay muchos, pero aquel día, con un naufragio en pleno invierno y apareciendo los cadáveres en la costa de Tarifa, se ha quedado grabado en mi memoria. Fue uno de los naufragios más crudos que se han vivido en el Estrecho, donde había niños, chicas jóvenes, hombres. Todos los que acudimos lo pasamos mal, porque la imagen era dantesca, pero es que encima al final sonó el teléfono en ese momento”, recuerda.
La próxima semana se clausura en la galería Ortega Bru de San Roque la exposición “En lo más ancho del Estrecho”, en la que García Arévalo muestra en 25 fotografías de la migración irregular. Se trata de la crónica fotoperiodística de los últimos 25 años de este reportero. Cada fotografía está acompañada de un texto. “Lo que yo expongo no se debería haber expuesto jamás, porque lo que ahí hay abajo es la derrota absoluta de nuestra civilización: 25 años tratando las migraciones”, asegura.
Lleva un cuarto de siglo fotografiando este drama, por el que se interesó en 1992, cuando vio una fotografía del reportero campogibraltareño Ildefonso Sena de unas pateras con migrantes dirigiéndose hacia la costa tarifeña.“Siempre he dicho que siendo de la comarca y ver lo que ocurría en mis propias narices, era mi obligación inmortalizarlo”, asegura.
Su trabajo sobre las migraciones le ha hecho recibir numerosos reconocimientos nacionales e internacionales.
Entonces era un veinteañero que todos los días cogía el Seat 127 de su padre y se iba a Tarifa bien por la noche o al amanecer. Además de su equipo fotográfico iba provisto de unos prismáticos con los que oteaba el Atlántico en busca de una patera. Así durante mes y medio. Una mañana un equipo de la Cruz Roja le invitó a subir a la sódiac en la que se embarcaban en busca de inmigrantes a los que auxiliar. Y ese día García Arévalo tuvo premio y fotografió su primera patera.
“Las migraciones no sólo están ocurriendo sino que van a seguir recrudeciendo porque el Tercer Mundo ya ha dicho que basta, que quiere tener lo que tiene todo el mundo. La presión demográfica es inmensa y en África en las próximas dos décadas será tremenda. Les pongan las trabas que le pongan no los van a parar”, explica.
Después llegaron más fotografías de una inmigración que él rechaza calificar como ilegal, “porque ningún ser humano es ilegal por el simple hecho de salir de su país buscando un futuro mejor”.
En aquel final del siglo XX el Estrecho de Gibraltar no estaba controlado por las modernas cámaras del SIVE. No había los medios tecnológicos que hay ahora para intentar controlar el movimiento migratorio.
Los reporteros gráficos que querían captar la imagen se lo tenían que trabajar duro. Desde temprano en las playas. Si había suerte y se divisaba una patera había que esperar a que el desembarco fuese en una zona accesible. A veces lo hacían en territorio militar y los fotógrafos se quedaban sin imágenes porque se les impedían el paso.
“La prensa le ha puesto cara a este problema y lo ha hecho porque es su obligación. Cuando me preguntan por qué empecé a retratar este drama respondo que porque era mi obligación”, asegura.
García Arévalo ha cubierto numerosos conflictos bélicos. Ha estado en Palestina, la Guerra de los Balcanes o Irak. También ha fotografía alguna primavera árabe y conoce bien el África subsahariana. Y estas experiencias le han hecho comprender a un pueblo que busca un futuro mejor. “Claro que saben que se juegan la vida, que pueden morir ahogados y que Europa no es el paraíso, pero quieren intentarlo. Hay mucha gente que no consigue llegar, que muere, pero otros sí y ellos lo saben. Mira, yo he vivido en el África profunda y tenía mi casita alquilada en un barrio muy pobre. Pues resulta que la única casa que había que estaba hecha de ladrillos y tenía lo mínimo, pues era de una familia que tenía a un hijo en Europa y mandaba dinero. Ese es el efecto llamada, que en un barrio pobre, el que está un poco mejor es el que tiene un hijo en Europa y eso va a pasar siempre”, manifiesta.
“Yo hago referencia siempre a la película Vente a Alemania Pepe, cuando el protagonista llegaba a su pueblo con un Mercedes alquilado y diciendo mentiras de que ganaba mucho en el extranjero. Pues eso sigue ocurriendo. La historia se repite y la gente sabe que aunque sea muy remota, hay una posibilidad de avanzar en todos los aspectos si logran llegar a Europa. Saben que en su entorno inmediato no pueden hacerlo. Yo lo haría también”, explica.