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Las campanas

"Muy rara vez consulto el reloj de mi móvil. Normalmente me guío por los toques de campana de San Pedro, que inundan la casa con su bronce antiguo y barroco"

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  • Las campanas de Santa María. -

PEDRO SEVILLA

Como con el bienestar tan grande que disfrutábamos antes del coronavirus nos habíamos puesto muy finos y muy exigentes, resulta que nos molestaban hasta las campanas de las iglesias. Incluso hubo intentos de suprimir sus tañidos y sus llamadas a misa porque herían los oídos de los turistas y no los dejaban dormir. Es verdad que hay turistas chinchosos, de esos que piensan que puesto que pagan una habitación de hotel tienen derecho a suprimir tradiciones, pero es curioso porque a ninguno de esos turistas, cuando van a Marruecos, se les ocurre pedir que se suprima la oración matinal del muecín, que se transmite por megafonía para todo el pueblo, turistas incluidos.

Pero todo esto viene a cuento porque quiero hacer un canto a las campanas de nuestras iglesias, que son las que marcan mi tiempo no de ahora con esto del confinamiento, sino desde que vivimos en San Pedro, hace ya veinticinco años. Las campanas las toca Dios directamente. Alguno me dirá que no, que lo que ocurre es que están sujetas a un mecanismo que las hace sonar en el momento justo del Ángelus, o al toque de Ánimas, pero yo estoy convencido de que las toca Dios y  a su ritmo me someto todos los días.


Muy rara vez consulto el reloj de mi móvil. Normalmente me guío por los toques de campana de San Pedro, que inundan la casa con su bronce antiguo y barroco. Desde mi privilegiada  altura puedo oír no sólo las campanas de San Pedro, sino también las solemnes y majestuosas de Santa María y las humildísimas campanitas de las Mercedarias, que a las siete de la mañana convocan a las Monjas a los rezos y los latines.

Este amor a las campanas, lo sé, me viene de la infancia, que es donde se fraguan nuestros sentimientos. Recuerdo que mi abuela me explicaba los distintos toques de nuestra franciscana iglesia, allá en la calle del Molino. De su boca aprendí palabras como Ángelus, o el toque de Ánimas, que era a las nueve de la noche para recordar a los difuntos, o el repique de Gloria, cuando un niño subía al Cielo.

Las campanas las toca directamente Dios. No hay quien me lo quite de la cabeza por mucho que me explique lo del artefacto eléctrico. Mientras haya campanas que nos marquen el ritmo de nuestra vida, que nos llamen para la misa de doce o nos anuncien, con su rotundo y doloroso golpe, que se nos ha muerto un vecino, estaremos a salvo y en las manos de Dios.

Y ahora permítanme que les deje. Las campanas de San Pedro acaban de dar las seis de la tarde. Es la hora del cafelito. Ya estoy notando en la cocina su olor antiguo y negro.

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