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Jerez

El balcón de la nostalgia

Cuánto sabe ese balcón que sigue existiendo, sin existir, de la nostalgia de tantas peticiones en tardes noches de Amor a Jesús y a su Madre.

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Los Judíos de San Mateo

Cuánto sabe ese balcón que sigue existiendo, sin existir, del amor de un abuelo a unos nietos que aprendieron a sentir, querer y comprender la Semana Santa desde sus grandes ventanales o del cariño de una abuela que, sin serlo siempre lo fue, que los vio nacer, crecer y en algún caso vestir de novio para salir camino del altar o de esas confidencias a media voz entre padre e hijo entre el adiós de la trasera de un palio y la espera de la llegada de una nueva Cruz de Guía o de esos ojos ojos ávidos de encontrar la figura de ese niño chico, ya hecho hombre, que llegaba orgulloso con su molía debajo del brazo para encontrar el momento de hacer el relevo debajo de las trabajaderas del paso de misterio o la búsqueda de ese penitente del Jueves Santo que, seguro, volvería la cara para encontrar los ojos cómplices de los que allí le miraban o  de ese Lunes Santo de estreno donde la cruz del imponente Cristo de la Sed parecía rozar la cristalera o de aquellos Viernes Santo aguardando la llegada del Cristo que llegaba desde el Campillo para ofrecer a Jerez el sabor de ese Jerez eterno mientras que, poco después, la casa se inundaba del olor a frito avisando del refrigerio de celebración de la onomástica de quien lleva por nombre el de la que,  por siempre, será Reina de la Porvera o de ese mismo Jueves donde la figura de María Santísima del Mayor Dolor, la que ella decía que era la más bonita, llenaba de fervor esos corazones que resistían el paso de los tiempos y que se reconfortaban cuando llegaba esa semana tan especial. 

Y es que ese balcón que sigue existiendo, sin existir, sabe que la Semana Santa es un cúmulo de sensaciones, de devociones, de instantes, de detalles, de añoranzas y hasta de reflexiones sosegadas en ese sábado sin procesiones, alrededor de la mesa camilla, con la plaza solitaria y silente en contraposición al bullicio y al ruido de los días santos, como si hubiese, que de hecho lo hay, un antes y un después tras esas jornadas donde los vellos se erizan con el escuchar de las cornetas y tambores, con la oración cantada de una saeta, con el olor a incienso y azahar, con el rastreo de los costaleros  o con ese paso yendo de costero a costero mientras que miles de imágenes de ese pasado que nunca se olvida, y que está lleno de recuerdos, atraviesan tu mente.

Cuánto sabe ese balcón  que sigue existiendo, sin existir, de la nostalgia de tantas peticiones que se terminaron haciendo realidad en tardes noches de Amor a Jesús y a su Madre.

 

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