El Partido Popular -como todos los partidos- tiene, por lo menos, dos almas. Cuando era Alianza Popular estaban la democrática-conservadora y la que añoraba -aunque se guardaba en el armario´- el franquismo, que se sabía que no volvería. Fraga Iribarne cambió un conjunto de partidos federados (los liderados por los llamados “siete magníficos”, los ex ministros de Franco -el suyo era Reforma Democrática-) por un partido conservador unificado, Alianza Popular. Fraga modernizó a la derecha española y, con divisiones y reticencias, que se vieron también en los artículos de José María Aznar de esa época, apoyó la nueva Constitución, mientras que la ultraderecha se la quedó Fuerza Nueva con Blas Piñar.
Pero la historia del PP es ya larga. Fraga se fue, y tras el mandato interino de Hernández Mancha, Aznar consiguió, después de perder dos elecciones, el poder que estabiliza al PP como partido homologable con las derechas europeas. Su gobierno pasó de filtrear superficialmente con el azañismo y los nacionalistas catalanes y vascos - a los que necesitaba para gobernar- a una mayoría absoluta que se ufanó con un pacto atlántico privilegiado con Bush, que motivó la famosa foto de las Azores. Rajoy gobernó pragmáticamente, sin alharacas y tuvo su oposición en Esperanza Aguirre que, desde Madrid, intentó una alternativa rabiosamente liberal frente a él. Fracasó y a ambos los deglutió el asunto feo de la corrupción. Aguirre es la principal impulsora pública de Ayuso, con la ayuda de Cayetana Álvarez de Toledo.
Isabel Díaz Ayuso repite la jugada desde un populismo sin complejos, una derecha de tirarse por la calle de en medio, donde da lo mismo ocho que ochenta, lo que importa es salir en los medios y caer bien al público. Con o sin Vox. Lo ha logrado. Es imposible no reproducir la frase que recoge El País de un dirigente popular: “Miguel Ángel Rodríguez, el jefe de gabinete de Ayuso, quiere volver a La Moncloa y convertirse en el tipo que llevó allí a la primera presidenta. Por eso en Génova están muy cabreados”. No se explica de otra manera que el resto de los presidentes autonómicos del PP -Moreno Bonilla, Mañueco o Feijoo- no tengan ningún problema para ser presidentes del partido y se le pongan a Ayuso hasta candidatos alternativos - Almeida, alcalde de Madrid- desde la dirección popular. Nerviosismo.