El drama de la inmigración clandestina nos ofrece estampas tremendas. Intenten imaginar qué grado de desesperación llevó el jueves de la pasada semana a dos inmigrantes a arrojarse a unas aguas gélidas e intentar cruzar el Estrecho en una embarcación hinchable de juguete -con las que nuestros niños se divierten en verano en las playas- en medio de un fuerte temporal de viento de levante y con las bajas temperaturas de estas últimas semanas. Afortunadamente, Salvamento Marítimo los rescató a 17 millas de las costas de Tarifa. Ambos, con síntomas de hipotermia, fueron trasladados al puerto de Algeciras.
Ahora bien, ¿cuántos más se lanzaron al Estrecho y fueron engullidos por las profundas aguas del Estrecho? Nunca lo sabremos. Es una tragedia en mayúsculas que ya no tiene el foco mediático porque los medios de comunicación y la sociedad en general han perdido su capacidad de sensibilizarse y de conmocionarse ante la sucesión interminable de muertes de personas, de seres humanos, que huyen del hambre, de la falta de porvenir, de la explotación o de la guerra.
A esta anestesia generalizada ha contribuido -y mucho- el discurso xenófobo de la ultraderecha contra el diferente al que identifican con el delincuente que viene a quitarnos el trabajo, vivir de las subvenciones públicas, saturar nuestra sanidad pública, violar a nuestras mujeres, y robarnos o agredirnos a todos por las calles. De Vox no debemos esperar nada, pero sí del resto de partidos que no pueden vanagloriarse porque en 2022 bajase la presión migratoria en las costas andaluzas.
A priori, puede parecer positivo que el año pasado llegaran a nuestras costas unos 7.000 inmigrantes, que son 5.500 inmigrantes menos que en 2021. Pero, como dice siempre Iñaki Gabilondo, busquemos la minúscula de la mayúscula. Este descenso se debió a dos factores: la mayor persecución que ejerció Marruecos en el norte de sus fronteras después del acuerdo firmado entre España y el país vecino, y como consecuencia de ello, para burlar estos controles, miles de inmigrantes optaron por rutas más largas y peligrosas, como la de Canarias.
Así las cosas, llegaron menos inmigrantes a las costas andaluzas y más a las Islas, pero con un resultado mortal insoportable: un aumento exponencial del número de fallecidos ahogados en el atlántico, sin olvidarnos de los cuerpos y los sueños que se sigue tragando a diario el Estrecho de Gibraltar y el Mar de Alborán, como denuncia en una labor no suficientemente reconocida la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía.
