Periodista y escritor versátil, Iñaki Ezkerra (1957) tiene editados más de quince volúmenes de diversos géneros: novela, ensayo, relato breve, artículos…, pero ha sido hasta ahora la poesía su cobijo y referente más habitual.
Con “Carnaval sin fiesta” (Huerga y Fierro Editores. Madrid, 2021) suma su octava entrega. Escrito en estos últimos meses de duelos, restricciones, desconcierto…, el autor bilbaíno retrata y refleja sin ambages su sincera y personal visión de este tiempoatenazante y complejo: “Había demasiada gente entusiasmada/ con la idea de cubrirse la cara/ antes de que las mascarillas quirúrgicas/ cubrieran el rostro del planeta (…) Ya estaba aquí antes. Esta peste,/ este tedioso Carnaval sin fiesta/ sólo es la etapa final de una vieja carrera hacia la sombra”, anota en el poema que sirve de pórtico.
Contra esa sombra, metáfora al cabo de las oscuras y decepcionantes deshoras que rodean el entorno del sujeto lírico, se establece la lucha, el compromiso por alcanzar una luz que haga distinguir lo esencial de lo vacuo, lo verdadero de lo impostado. Porque sabe Iñaki Ezkerra que la reconstrucción de la identidad humana, de la sociedad democrática, tienen que estar lejos de la simulación, de lafalacia. A través de un verso honesto, cosido con hilo grueso a su conciencia, el poeta vasco quiere desentrañar la trampa y la mentira que esconden los vicios de este siglo tan dado a lo prosaico. La conversacional eficacia de su decir queda expuesta en su propio mensaje, en la experiencia de quien conoce el fervor, pero también el sosiego, de quien ha visto muy de cerca el ayer que ya es presente: “Es uno de los síndromes de estos confinamientos:/ revolver cajones y álbumes de viejas fotos (…) No sé si buscamos en esas fotos viejas/ nuestro auténtico rostro/ o una careta de nosotros mismos/ para hoy disfrazarnos de lo que fuimos en mejores días”.
Dividido en tres apartados, “De la cuarentena”, “Poemas metasociales” y “Poemas de la revisión”, el libro avanza en pos de una necesidad de repensar y rescribir unos principios que se han visto intoxicados por la apariencia, de una moral que se ha quebrado trastantos engaños. El compromiso con uno mismo, la certidumbre de ser leal con lo veraz, serían la forma de conjurar la hipocresía, el miedo al qué dirán, pues no hay mejor manera de contrarrestar la decadencia que no dejar que el azar imponga su ley, sino nuestra empírica condición: “Lo que sucede, la broma o el drama de esta vida/ es que nunca volvemos al mismo sitio que dejamos./ Nunca somos inocentes, ni la primera vez./ Lo que sucede, sí, es que no tenemos/ otro remedio que revisar;/ que revisarnos”.
Este testimonio acerado, sombrío, tiene también instantes de modulada esperanza, de honda reflexión, de súbita ironía, en los cuales el verso de Iñaki Ezkerra se hace cómplice y despierta, incluso, la sonrisa: “Me lo dijo risueña; no morimos,/ simplemente nos transformamos en energía./ Lo que me faltaba, pensé:/ morirme para acabar abasteciendo el alumbrado eléctrico/ de toda esta chusma”.