Nacionalismo y porno

Publicado: 17/07/2022
Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Un nacionalismo andaluz que se compone en torno al rechazo a todo lo que venga del norte de Despeñaperros
En los géneros literarios hay una cosa llamada supergéneros, que se comen todo lo demás. Por ejemplo, si una novela de detectives está ambientada en el Renacimiento, es novela histórica. Histórica es un supergénero, como lo es el porno. En política, el supergénero es el nacionalismo, que se lo come todo, y puede ser más o menos radical dependiendo de en torno a qué estándares se construya. Los supergéneros tienen especialidades, como se puede ver navegando por una parrilla de vídeos porno. Cuanto más alejada de la política práctica está la identidad de un nacionalismo, más inútil es su política, más falsos sus preceptos y más mierda ocultan. Por ejemplo, un nacionalismo español que se referencia en la figura del dictador Franco es una composición de imaginarios belicistas y vengativos que no sirven de nada para la política común, y que llevan a aberraciones como gritos de ¡Viva Franco! cuando se está rindiendo un homenaje a un chaval asesinado por ETA. Es como si, en esa inútil y apolítica percepción de la política, al ser ETA un enemigo de la nación, todas sus víctimas debieran ser franquistas por transferencia. Al final, los que se crían en esos cuarteles ni siquiera saben lo que es España y no pueden disfrutar de un nacionalismo bueno política y culturalmente hablando, porque Franco renegaba de los dos mil paisajes históricos y culturales del país. Podríamos asegurar que el nacionalismo franquista es cosa de incultos y, como tal, en el fondo reniegan de la cosa que suena a extranjera por más que sea beneficiosa o que ni siquiera sea extranjera. En cualquier caso, siempre he sospechado que el odio de los franquistas al comunismo, por más que Franco fuese más estalinista que otra cosa, tiene que ver con su procedencia foránea.

Un nacionalismo andaluz que se compone en torno al rechazo a todo lo que venga del norte de Despeñaperros, pero abraza casi cualquier cosa que suene a sur, aunque se trate de un sur machista y homófobo, tampoco tiene visos de acabar siendo un nacionalismo útil desde el punto de vista político y social. Solo los incultos usan derivaciones de las procedencias de otros como insulto; por ejemplo, mesetario. No nos equivoquemos, que detrás de una horda de nacionalistas hay unas cuantas mentes preclaras, maestros de marionetas cuyos valores reales no tienen nada que ver con lo que predican. Por ejemplo, cuando eres internacionalista troskista pero hablas con desprecio de partidos con obediencia a Madrid, por más que eso no te impidiera, en teoría y por confesión propia, pactar y negociar tu escisión con los madrileños en vez de con los excompañeros andaluces. Eso es porno demasiado duro para mi sensibilidad.

Un nacionalismo que se referencia en lugares e imágenes comunes que otros han creado de nosotros es un nacionalismo impostado y que no sirve de nada para la política común. Andalucía es un alcornoque o un pinsapo antes que una maceta con un geranio. Andalucía es la gramática de Antonio de Lebrija, o de Nebrija, como se tuvo que acabar llamando, y no el rencor de quien piensa que los andaluces no debemos siquiera saber cambiar de registro y disfrutar de nuestra manera de hablar sin una constante revancha.  Los nacionalismos son supergéneros que se comen todo lo demás, pero pueden ser menos voraces, pueden ser más útiles en la política y anteponer el pacto y el interés ciudadano al propio nacionalismo. Esto están entendiendo algunos partidos nacionalistas que aprueban leyes que benefician a una mayoría social, nacionalismos periféricos en la mayoría de los casos. A estos efectos, el nacionalismo que se está demostrando más inútil, voraz y pornográfico es el español franquista. Cera sorpresas.

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