Por ello ahora, junto a “La saga/fuga de J.B.” de Torrente Ballester, “La voluntad”, de Azorín, “El conde Lucanor”, de don Juan Manuel, “Fuente Ovejuna”, en las versiones de Lope de Vega y Monroy, “La Constitución de Cádiz” y el “Romancero”, ve la luz otra obra imprescindibles en la que me detengo.
Las “Poesías castellanas completas”, de Garcilaso de la Vega, cuentan con el excelente trabajo de Elias J Rivers, que se basa en la edición crítica de 1974 y que tiene en cuenta las investigaciones garcilasianas de Alberto Blecua, Bienvenido Morros y Carmen Vaquero.
La breve pero intensa vida de Garcilaso (1499-1536), intercaló momentos de pasión amatoria, de complicidad familiar, de luchas políticas y de arduas batallas como soldado. Pero sin duda que su nombre estará ligado por siempre a la magnífica empresa lírica que emprendió tras su llegada a Nápoles, donde escribió la mayor parte de su obra. Además de su aportación y renovación italianizante- que tanto bien hizo a la literatura española desde entonces-, supo conjugar su dominio de las coplas castellanas del “Cancionero” con los mitos clásicos, sus influencias petrarquistas con el legado dejado por Ausías March, los acentos pastoriles de Virgilio y Sannazaro con el arte sonetil de Petrarca.
Estamos, pues, ante un escritor capaz de dominar los más variados metros y combinarlos con la más diversa temática, para hacer de cada texto un delicada y gozosa estampa.
El conjunto de su labor viene signado por acentuadas distinciones genéricas, pues lo componen unos cuarentas sonetos y cuatro canciones, una oda horaciana (en lira), dos elegías (en tercetos), una epístola horaciana (en versos sueltos) y tres églogas pastoriles, en métrica variada.
Tras la muerte de Garcilaso en 1536, Juan Boscán, su albacea literario, reunió sus escritos y dio a la luz en Barcelona (1543) un volumen titulado “Las obras de Boscán y algunos poemas de Garcilaso de la Vega”. Tal fue el éxito, que tuvo que reimprimirse varias veces. En 1577, el Brocense sacaría a la luz una edición separada, enmendada y ampliada con textos de Garcilaso que se uniría más años más tarde a la de Fernando de Herrera (1580).
Es fácil volver una y otra vez a estas composiciones y hallar en ellas nuevas promesas, nuevos conceptos, nuevas esquinas por donde doblar y reavivar la exquisita voz de un autor único. Se queda este crítico, con ese inolvidable soneto, anotado con el V romano: “Escrito ´stá en mi alma vuestro gesto/ y cuanto yo escribir de vos deseo:/ vos sola lo escribistes; yo lo leo/ tan solo que aun de vos me guardo en esto”. Y con su inmenso legado.