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Miércoles 08/05/2024  

Sindéresis

Herodes

Imagino que algo parecido a lo que siente un mandatario europeo cuando, en el contexto de la matanza de niños de Gaza

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Herodes el Grande fue rey de Galilea, Samaria, Idumea y Judea, y siervo de Roma: su reino era una provincia bajo la sombra del águila senatorial cuando, aterrorizado por la profecía de que en Belén había nacido el profeta que lo desplazaría del trono, mandó matar a todos los niños de dos años. No me imagino, en caso de que este pasaje fuese cierto, qué pasaba por la cabeza de los legionarios romanos asignados a la zona cuando veían a los agentes del rey Herodes entrar en las casas, sacar los bebés y matarlos.

Imagino que algo parecido a lo que siente un mandatario europeo cuando, en el contexto de la matanza de niños de Gaza, muestra su apoyo incondicional a Israel: indiferencia. Europa parece una provincia bajo la sombra del águila senatorial estadounidense. Cualquier cosa es un rebelde bajo esa sombra; por ejemplo, la lideresa de una formación política apoyada por una millonada de votantes que exigen que la comunidad internacional pare los pies a Israel, y que Palestina debe ser un estado soberano y libre. Ione Belarra es coherente, al contrario que tantos. Herodes, mientras, campa por sus respetos y sobrevuela los cielos de Gaza porque una profecía le ha dicho que su propio pueblo está a punto de volverse contra él, pero no intenta asesinar al líder que lo sustituirá en el trono de Israel; intenta asesinar la propia idea de que existe otra manera de hacer las cosas, que los palestinos son seres humanos con derecho histórico sobre las tierras de las que los quieren echar. El ancla del sionismo más ortodoxo que lo llevó al poder, impulsado por el supremacismo religioso con el que muchos líderes fascistas coquetean, es una jaula que impide que Netanyahu sea otra cosa aparte de Netanyahu.

Netanyahu alimentó a una alimaña destinada a pasar hambre en los comienzos del siglo XXI, la del fundamentalismo apoyado en textos sagrados. A base de decir a su pueblo que son superiores a los otros pueblos por designio de Dios, la alimaña se convirtió en bestia, y la bestia ha puesto una correa al gobierno democrático de Israel.

Del otro lado, el dolor se ha convertido en un charco de sangre y carne, un cultivo de laboratorio alumbrado por una lámpara térmica y humedecido con lágrimas para que crezca un hongo purulento y dañino llamado Hamás. Como si uno solo de los padres de Belén, tras la matanza de los inocentes, se hubiese podido infiltrar en el palacio de Herodes y hacer una escabechina con su familia. Entonces, claro, el águila senatorial, preocupada por la salud y patrimonio de tan obediente siervo de provincia, muestra interés por esa matanza e infunde un espíritu piadoso a sus legionarios que lloran, impotentes, ante tanto dolor e injusticia. ¿Cómo puede alguien matar a un niño?

No lo sé; pregunta a Herodes el Grande.

Es cierto que los palestinos legitimaron en las urnas el espíritu de Hamás, esclavos de sus circunstancias; los alemanes también eligieron a Hitler. Es cierto que los israelíes legitimaron en las urnas el espíritu de Herodes a través del liderazgo de Netanyahu. Es cierto que se trata de una situación imposible fabricada, igual que otras tantas situaciones imposibles, por el colonialismo inmisericorde británico y su modo vengativo de arreglar las cosas. Pero estamos donde estamos, y no hay ningún niño entre Israel y Palestina que tenga la culpa de ello. Si la comunidad internacional no es capaz de intervenir y arreglar esta situación de una vez para siempre, es que la comunidad internacional se mea en nuestra cara y dice que llueve, perderá la legitimidad que rozó en Nuremberg, y si Nuremberg acaba siendo concebido como una farsa, el mundo que nos aguarda estará lleno de bestias que pondrán una correa en nuestro cuello.
 

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