No es que no se pueda más, siempre puede hacerse un último esfuerzo, siempre habrá un arco iris que dé luz, color y belleza, al brusco encuentro entre nubes, pero al igual que la náusea destruye la idea digestiva y el vómito expulsa el trabajo digestivo mal realizado, así también se siente el obediente y humilde ciudadano medio, el de la “masa silenciosa” que cumple horario y paga diezmos, que no resiste un periodo electoral, cuyos infames y repetidos mítines, verdadera jauría insultante, no hay inteligencia capaz de digerirlos, ni conciencia humana capaz de retenerlos por muy floreados que nos lo ofrezcan.
Cuando una persona construye su casa, sabe muy bien qué árboles no puede plantar cerca de sus cimientos, porque las raíces, al crecer y aumentar su volumen, podrían acabar cimbreando los muros del edificio. Las raíces de los “ideales de partido” con su enorme capacidad absorbente, pareja con sus celadas frases, no solo están cerca de las paredes de la casa, sino inmersas en el hall, en el patio, en el cuarto de estar y, si es posible, hasta en el lecho del descanso y el amor. Algún día -por ahora muy lejano- será el conocimiento, la experiencia y el refrendado saber, reconocido en libre concurso, los que indicarán quienes deben ser candidatos a ocupar cargos de responsabilidad y las urnas podrían librarse de la aquiescencia de ese porcentaje de voto que las más de las veces es una amalgama de resentimiento, odio, veleidad, ignorancia o alocada idolatría al que nos pinta sobre papel mojado un futuro encantador o nos ofrece una limosna oculta en el eufemismo de una ayuda o salario.
Absurdamente nos fascina ver a lo lejos el fulgor del rayo en las grises noches otoñales, sin saber que si un día cayera en el hogar, su herida produciría dolor resistente a toda la analgesia del olvido. Hay que idear un “pararrayos universal” que nos sirva para librarnos de tantas corrientes políticas actuales, más cruentas al ánimo del ciudadano, que el estruendo que produce la naturaleza.
La esperanza es la llama olímpica de nuestra vida, se apagará el día que esta se clausure. Algunos pueblos han dejado apagar su llama porque sus habitantes han sido incapaces de mantener un fuego, símbolo de un quehacer diario, y se han conformado con encender una cerilla y decir que tienen luz. Por eso siempre están temerosos ante la posible aparición de un “soplo de llama creativa” que pueda apagar su ridícula lucidez y mantienen cerrada todas las ventanas y puertas de sus recintos mediocres. Sus nombres es fácil saberlos, pero como Miguel de Cervantes, se prefiero no acordarse de ellos.
Tras la tempestad electoral, no viene una calma reflexiva, donde se piense y se lleve a la realidad todas aquellas promesas previamente pregonadas. Al contrario, comienza lo que en política se denomina “los juegos democráticos”. Las salas donde se celebran siempre adornadas con dorados espejos, que reflejen con claridad el narcisismo imperante. El estilo, como decía A. Machado de España, “especialista en el vicio al alcance de la mano”. Las sillas multicolores como los “cromos/votos” que se van a poner en juego. La baraja, española. El aroma de la sala es de picaresca. Las cartas marcadas son secretos de tahúres que no verán la luz. Solo juegan los elegidos. El votante que cree que el introducir la papeleta en la urna le cubre de dignidad, ahora se da cuenta que es tratado como la planta del trigo, que una vez dada y recogida la semilla-los votos-, el resto, como paja calcinada, solo servirá de colchón o alimento a los numerosos rumiantes que existen en el país.
No conviene aquí, la firmeza que siempre ofrece el refranero español, que dice “en la mesa y en el juego se conoce al caballero”, porque de ser cierto, el Caballero de la Triste Figura, va a tener pocos compañeros, aunque sí, estará rodeado de “lazarillos” de Tormes o de cualquier otro rio o afluente de los numerosos que existen en la península.
En este juego de las elecciones catalanas, como en cualquier otro, todos sabemos que la “banca” es el “nacionalismo” y la banca nunca pierde. Siempre hay ilusos que ganan -parcialmente- un día, creen que dominan el juego y esparcen el orgullo más que las gramíneas el polen, pero mientras el odio esté en la base de la pirámide del nacionalismo, el desprecio y anulación del idioma, el destierro de ejército y fuerzas de seguridad, el desaire y descortesía al Jefe del Estado, la manipulación histórica, el adoctrinamiento en las aulas, el manejo de todos sus recursos económicos y el aprovechamiento de los del resto del país, una justicia que se intenta desequilibrar y una limpieza absoluta de todo tipo de delitos, que deja sin macula a los responsables y tantos hechos más, quien dice que se ha ganado la partida al independentismo, si ya sus raíces han alcanzado el subsuelo que eterniza su irreversible firmeza. La ludopatía política se diagnostica, pero no tiene tratamiento.
Fray Luis de León daba una fórmula mágica para librarse de esta jauría de la partitocracia. Aislarse, retirarse de “aqueste mundo malvado” pero el mismo reflexionó y acudió tras cumplir encarcelamiento a sus clases universitarias y nos dejó aquella frase inmortal de “decíamos ayer” que quería indicar un amnistiado olvido para aquellos que injustamente le condenaron.
Los ciudadanos, que diariamente con su esfuerzo mantienen vida y prestigio de su nación, no tienen un “decíamos ayer”, pero sueñan con un mañana, un esfuerzo más, que haga posible una convivencia libre de resentimiento, de odio, de memorias democráticas, de narcisismo, engaños y soberbias, para sin tener que retirarse “al campo deleitoso” poder acompasarse serena y agradablemente con su Dios y poder conseguir el preciado premio de no ser “envidiado, ni envidioso”. ¿Cuándo ocurrirá esto? La nebulosa política actual, no me deja ver la fecha.