La dana llegó con su manto de muerte casi coincidiendo con el Día de los Difuntos, la noche de los ripios de Don Juan Tenorio, para dejar en la Comunidad Valenciana y en algún otro sitio (Andalucía) un reguero de desolación, destrucción y cadáveres. La muerte no avisa. Parece que no está. Pero acecha siempre. La muerte habita en ‘El monte de las ánimas’ de Gustavo Adolfo Bécquer, y en las calles de Paiporta. Pero esta tragedia ha despertado de nuevo lo mejor del ser humano: La solidaridad. Ese gentío, esa multitud de personas con una pala o cargadas con cajas de alimentos, envueltas en barro y ansiedad, dispuestas a prestar ayuda de manera anónima y silenciosa, la gente normal, porque Bertolt Brecht ya advertía de que “pobre el país que necesita héroes”. Dolor.
Pero la dana ha dejado al descubierto el fracaso de la política española y, sobre todo, el fracaso del Estado de las Autonomías. Aquel Pleno del Congreso que arrancó con los habituales ataques entre ironías bobas de sus señorías, y se suspendió tarde y mal, con 50 muertos ya. Y el evidente pulso político en principio, algo soterrado después, y definitivamente encarnizado entre Carlos Mazón y Pedro Sánchez. Durante la Transición las autonomías se diseñaron erróneamente y suponen un proyecto fallido. En Madrid, por ejemplo, nunca existió sentimiento autonómico (aparte del orgullo/madriles que incentiva Ayuso), pero Madrid se constituyó en autonomía por defecto: Ninguna comunidad la quería. Y el Reino de León, que acumula siglos de historia, arraigo y tradición propia, quedó integrado en Castilla, y desde ahí reivindica reiteradamente su pasado. La Transición es el momento más brillante en la Historia última de España. Transcurrió entre ruido de sables, disparos de parabéllum, y miedo, mucho miedo, pero finalmente triunfó la libertad sin ira. Y quienes han perseguido enturbiar la Transición, al tiempo que preparaban tomar los cielos por asalto, han concluido, al menos en un caso icónico, en el más duro infierno. No hay que disolver las autonomías, como propone Vox. Pero sí aligerarlas. De algunas competencias. De parlamentarios regionales. De delegados provinciales de la nada. Y de tantísimo asesor. Y redistribuir algunas provincias estudiando las soluciones que se dieron en otros momentos de la Historia. Porque el Estado de las Autonomías es un fracaso. En fin, como dice un personaje de la obra ‘El dilema del corcho’: “Si ustedes me han entendido, es porque yo no he sabido explicarme”.