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Desde el campanario

El donante de sangre

Puestos a ser sinceros, le revelaré que soy un contumaz intransigente, un obcecado engreído y un hábil inculpador

Publicado: 12/01/2025 ·
14:21
· Actualizado: 12/01/2025 · 14:21
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Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Alberto, un joven de veintipocos años y aspecto sano pretendió donar sangre pero lo rechazaron. El solo quería colaborar. Regalar su fluido púrpura para ayudar a otros. Pero le fue imposible. No lo entendió. No comprendió que el altruismo tuviera grilletes. Que estuviera sometido a su tensión arterial, su pulso, su edad, su peso, alguna vacuna e incluso un tatuaje. Que su generosidad fuera cuestionada por las probetas de un laboratorio. Se incorporó de la camilla y el enfermero que lo observaba con cara de contrariedad, captó su frustración.

-Hay otras formas de socorrer a los demás, le dijo. Sí, pero yo no tengo dinero, contestó Alberto. Ni siquiera puedo dar una limosna a un necesitado. Estoy parado. Dejé tirada mi carrera de Magisterio por motivos que no vienen al caso, y solo tengo algunos diplomas de cursillos subvencionados. Bueno, a decir verdad, también tengo la piel quemada y los zapatos desgastados de buscar trabajo. Lo único que me sobra es tiempo y por eso me he pasado por aquí mientras me sale alguna cosilla. El inquilino de la bata blanca lo contempló compadecido y decidió mitigar su desengaño. Se asomó a la puerta de la consulta, comprobó que no quedaba nadie en la sala de espera, y regresó sobre sus pasos.

 -Hábleme de usted.

Alberto se sorprendió por la proposición de aquel hombre desconocido y se encogió de hombros. No entiendo para que quiere que le hable de mí, respondió extrañado.

-Si lo que trata es ayudar a los demás, como le he dicho, yo puedo echarle una mano. Se muchas formas de conseguirlo, pero necesito conocer ciertos rasgos de su personalidad para orientarle debidamente. Libere su lengua y cuénteme que clase de hombre es. Lo que usted me diga no saldrá de esta consulta, se lo prometo.

Bueno, la realidad es que nunca me he confesado a nadie abiertamente y a lo mejor me hace bien hacerlo. Usted me inspira confianza.

-Pues defínase en rasgos generales. Estoy seguro de que podremos buscar la forma de invertir su tiempo libre en beneficio de la sociedad.

 Bien. Confío en su discreción. Ahí va.  

Me considero un hombre cortés que trata siempre de conformar a todos, aunque en el fondo no esté de acuerdo con ninguno de ellos. Los escucho, asiento, pero luego, realmente hago lo mejor para mis intereses. Soy egoísta, reservado y celoso de mi vida privada, pero me gusta conocer la de los demás. Así siempre estoy en ventaja sobre ellos. Me encanta que la gente apruebe lo que hago. Que me halague y resalte mis cualidades. Pero si me critica y me reprueba, la verdad es que tengo una especial disposición a pasarme por el forro del escroto lo que digan de mí. Mi indiferencia vuela por encima de las murmuraciones de la gentuza. Estoy forjado por una coraza de acero contra el rechazo y el desprecio. Soy capaz de soportar cualquier cosa a cambio de conseguir mis objetivos personales. Mi ambición es incalculable. Cuanto más complicadas son las situaciones, más se endurece esa armadura que me protege de las envidias vecinales. No es fácil derribarme del caballo de mis convencimientos. En él galopo firme aferrado a la brida que me mantiene seguro sobre su montura. Me da igual lo que los demás piensen de mí porque en el fondo soy un ególatra y un soberbio incorregible, lo reconozco. Puestos a ser sinceros, le revelaré que soy un contumaz intransigente, un obcecado engreído y un hábil inculpador. Gozo de un extraordinario sentido de la variabilidad para imputar a los demás los errores que se me atribuyen. Ello es debido a mi marcado narcisismo. Me deslumbra contemplar mi anatomía en el espejo al tiempo que presumo del don natural que ostento para tergiversar las cosas. Soy lo que se suele decir, un habilidoso embaucador. Me resulta sumamente sencillo escurrir el bulto y jamás sucumbo ante las exigencias ajenas. Mi bienestar es lo primero y recelo de todo el que lo amenace. Si es necesario, no dudo en servirme de ellos para mi provecho. Me obsesiona el mando, el poder, el dinero y me angustia renunciar a su apetencia. La responsabilidad la contemplo desde mis convicciones y no desde las exigencias del prójimo. Se fingir cuando es necesario y… 

-Vale. Vale. No siga. Ya lo tengo. Interrumpió el enfermero. Usted no sirve para donar sangre, pero es un sujeto perfecto para chuparla. Tengo claro la actividad que se adapta impecablemente a la horma de su zapato. Dese prisa y en cuanto salga de aquí afíliese a un partido político. Dan igual las siglas. Los requisitos para militar son los mismos en todas esas agrupaciones. Usted es muy joven y tiene tiempo suficiente para escalar peldaños hasta llegar a ocupar cargos de importancia. Sus características antropológicas son ideales. Es más. Yo diría que son las necesarias. Si sigue mis sugerencias, le auguro un exitoso futuro. Hágame caso.

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