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Navalcardo

Y llovieron rosetas

Y cuando todo tocaba a su fin, la magia hizo que desde las alturas del Darymelia llovieran rosetas mientras todos cantábamos con orgullo

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Jaén no es sólo la ciudad que habitamos a diario. También es un sentimiento de identidad colectiva que algunos llevan muy dentro. Una pasión infinita por esta tierra que a veces duele profundamente en el alma. Y es tal el desgarro que produce, que podemos caer en la tentación de maldecir ser prisioneros de las cuatro letras que conforman el cortito nombre de esta ciudad en la que nos hemos criado cuesta arriba.

Quizás ese subir y bajar constante por sus calles y sus cuestas, hace que cuando  nos encaramemos a todo lo alto de la ciudad, en la cruz del castillo de Santa Catalina por mucho que conozcamos esa imagen y esa sensación, siempre se nos escape un sonoro ¡La Virgen! O en su defecto ¡La vística! que es la forma superlativa que tenemos aquí de mostrar nuestro asombro.

Porque Jaén tiene su encanto. E impresiona. Sólo hay que tener los ojos bien abiertos para seguir descubriéndola y el corazón dispuesto a quererla siempre un poquito más. Y en ello se le va la vida a más de uno en esta ciudad a cada minuto, sin esfuerzo, aprovechando las oportunidades que su existencia le regala para reivindicar las bondades y virtudes de nuestro Jaén. Por eso justo es señalar que de un tiempo a esta parte el Pregón de San Antón se ha convertido en toda una cátedra de auténtico jaenerismo.

Así lo firmó hace un año Rafa Romero y así lo ha reeditado con su firma Ignacio Ruiz Merino hace unos días, regalando a Jaén un pregón generoso, coral y colectivo donde quedaron despejadas todas las incógnitas del sentido que encierra esta inmemorial tradición. En la teoría, y en la práctica. Resonando los melenchones de antaño sobre el Darymelia y sorprendiendo con letras nuevas quien ha sido uno de los autores más prolíficos del carnaval de Jaén y que sabe como pocos cantarle a Jaén desde el corazón tal y como siempre hizo con El Cigarrón y la Tuna Universitaria, que acudieron a su llamada. Al igual que Ajopringue y toda la chiquillería del grupo Lola Torres, con Pilar Sicilia incluida, bailando alrededor del pelele ideado por Antonio Guzmán días antes de arder en La Merced.

Dos horas intensas de jaenerismo en vena donde sonó rotundo y conmovedor el bolero de Jaén interpretado por la Banda Municipal pellizcándonos el alma al recordar esa melodía que es inmortal en nuestra memoria cuando en enero llega la alegre fiesta de San Antón.

Y cuando todo tocaba a su fin, la magia hizo que desde las alturas del Darymelia llovieran rosetas mientras todos cantábamos con orgullo, una vez más, bajos los compases de Cebrián el himno de esta ciudad que concluye con letra de Mendizábal proclamando el título de esta cabecera del diario que nació precisamente un día de San Antón y en la que un servidor desde el 2006 ha tenido el honor de firmar sus crónicas taurinas y casi dos décadas de vida íntegramente jaenera en esta columna que hoy también toca a su fin:¡Viva Jaén!

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