“Tengo celos de las flores, del espejo en que te miras, del peine con que te peinas, y del aire que respiras. Y del aire que respiras”. Rosa María
, Camarón.
El Madroño es el pueblo menos poblado de la provincia de Sevilla. Entre sus cinco aldeas suman, según el último censo de 2024, 305 habitantes, 100 de las cuales viven alejados del núcleo central del mismo. Es un reflejo de la despoblación que asola a buena parte del mundo rural andaluz, similar al de otros tantos pueblos españoles y reflejo de un momento concreto de la humanidad en el que se valoran otras muchas cosas por encima del sosiego, la pureza del aire, la templanza y, sobre todo, la calma como oferta de vida que plantean este tipo de pequeñas ciudades ubicadas muchas veces en la serranía de las provincias. Los nativos, en cambio, no soportarían otro modo de vida, están hechos al tempo que marca el reloj de las plazas. El alcalde de El Madroño, según relataba el presidente de la Diputación de Sevilla Javier Fernández en la presentación de los actos con motivo de Fitur, reclama a las administraciones no ayuda financiera para construir accesos, un centro de salud, planes de empleo u otras inversiones al uso porque lo quiere, dice, es un albergue para que sus ancianos y, sobre todo, otros de la comarca a los que atraiga este estilo de vida se vayan allí a vivir. Quiere, en definitiva, turismo.
Vivimos un momento en el que se debate entre la certidumbre de que el turismo representa una industria vital para la economía de toda la comunidad y para todas las poblaciones que la conforman y ese odio intencionado y dirigido contra el turista, contra el sonido de los
ruedines de sus maletas que viene a ser la música de fondo intrigante que anuncia la incomodidad, la demonizada
turistificación.
La provincia de Sevilla tiene en su censo a unos dos millones de personas, pero la visitan otros cuatro cada año, por tanto circulan por ella en torno a seis con diferentes grados de intensidad y épocas. Y este es el caso -más o menos similar- de Cádiz, Málaga o Granada, todas ellas provincias de un elevado nivel de visitantes y que representan el sostén financiero porque, por desgracia, carecen de industrias sólidas tan potentes que puedan competir con el turismo. Pero una cosa es que lo sea y otra, distinta, que lo acapare todo al punto de que por el flujo e incremento del turismo todo esté justificado;
anteponer siempre la facturación de bares, restaurantes u hoteles a los límites necesarios es romper el equilibrio y sin él se pone en riesgo a un visitante que, incómodo, buscará otros destinos.
En la vida son necesarios los límites y el problema actual, o uno de ellos, es no saber decir no, abusar de la pandereta y de darle gusto a todo el que lo pide por encima del deber responsable de proteger el patrimonio cultural y el equilibrio ciudadano que reclama contención y este es un mal endémico de muchos políticos actuales, que no saben, por temor, negarse.
Son evidentes las razones por las cuales millones de personas acuden cada año a Andalucía: cultura, tradiciones, musicalidad, gastronomía o clima, todas ellas en diferentes versiones provinciales y es evidente que la competencia cada día es mayor porque nuevos países del mundo se apuntan cada año al negocio del turismo creciente porque a diferencia de hace unas décadas cuando viajar estaba reservado a clases relativamente privilegiadas hoy, quien más quien menos, se espacia unos días al año. Hay más turistas y hay más destinos.
Por eso son vitales los límites que preserven lo auténtico, no permitir que el todo vale degenere y emborrone lo que realmente tiene valor y lo es lo exclusivo, como la cultura.
Porque además el turismo ya es de doce meses, no solo se mueve en agosto por el sol y playa y sol y playa hay a miles repartidos por el mundo con ofertas estupendas, pero si a eso le sumamos la exclusividad bien acotada y presentada que representa la musicalidad del flamenco o la bulería, el vino como el mejor poema que recita la tierra y todo lo que a su alrededor mueve porque viajar es comer y beber, la historia monumental, la mística de la cultura religiosa… Tantas cosas únicas, como ese aire que se respira en Andalucía y que mezcla partículas entre poniente y levante con matices a desierto africano.
Paco de Lucía, Camarón de la Isla, Lola Flores y Rocío Jurado, los cuatro más grandes que ha dado este país, los cuatro, nacieron en Cádiz: Algeciras, San Fernando, Jerez y Chipiona, tienen sus museos abiertos, son un reclamo claro de que Cádiz suena distinto, bien, pero que muy bien.
Preservar lo auténtico es vital, poner límites, no convertir esto en un botellón al estilo del turismo verbenero y alcohólico que visitan otras zonas. Evitar, en lo posible, que el carnaval, otro reclamo claro, o las zambombas de Jerez, uno más, terminen yéndose por el desagüe porque se les fue la mano a quienes no supieron poner límites. Preservando lo auténtico cuidaremos el turismo, que pagará más por respirar un poco de exclusividad. De eso se trata, cuidar al máximo aquello que nos hace exclusivos porque lo demás está: sol, playas, clima, carácter, geografía, gastronomía…
Fitur es un escaparate mundial de competencia sobre lo exclusivo y Andalucía este año ha brillado con luz propia, corregidos los errores del año pasado se ha mostrado con una presencia imponente, lúcida, moderna, atractiva. Sobre la moqueta mucho profesional vendiendo lo suyo y mucho político inmerso en el éxtasis compulsivo del momento, tanto en el relato mañanero de Ifema como en los actos nocturnos cada año más habituales e imponentes para darle brío a la noche madrileña, este año fría y húmeda.
El PP turístico andaluz se relame un año más como gato siamés pero se le percibe inquieto, aunque lo niegue. Asegura que el nombramiento de María Jesús Montero le viene bien a Juanma, hay relato a la contra, fue consejera, es ministra de Sánchez y eso resta, tiene mochilas, pero lo cierto es que no es verdad que les venga bien, lo saben ellos, el PSOE y Montero, que pasó por la moqueta entre un tumulto de gente porque es ministra y la conocen todos. No necesita elevar su nivel de conocimiento. Está lista para ir a elecciones ya.
Y el PSOE, como acertadamente apunta un dirigente destacado, o gana o da espectáculo. Y en la búsqueda y la mezcla de ambas cosas está. Lo de Montero ha sido una inyección que les ha activado a todos, nadie es de Montero porque nadie lo era, lo cual a ella le viene genial para estructurar el partido en lo político y lo orgánico desde cero. La parte turística de la política también ha tenido su miga, pero esa es otra historia.