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Hablillas

8 de marzo

Al cerrar el portón, mientras el ascensor baja, notan el picor de la emoción espejeando los ojos

Publicado: 09/03/2025 ·
13:48
· Actualizado: 09/03/2025 · 13:48
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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La hablilla de hoy es de obligado cumplimiento. Y por si este montón de renglones pensó en otro titular, el de hoy lo repite, porque le parece más merecido que oportuno. Si en las anteriores se refirió a la mujer trabajadora y a la conmemoración de su año internacional, hoy trae el cariño, la bondad, la abnegación de nuestras superabuelas.

Durante este mes recordamos conceptos tan significativos como sororidad, vindicación, empoderamiento, conceptos que vamos asimilando, enfocándolos hacia las mujeres más jóvenes que están dejando de ser sándwiches, porque han podido conciliar con más o menos facilidad el tiempo laboral con el cuidado de sus padres y nietos. Entre dos generaciones que crecen, una hacia la adultez y la otra en plena madurez, esperanzadas en disfrutar de la jubilación, ahí en medio se encuentran las superabuelas, encantadas de echar las dos manos con la sonrisa tan segura como los zapatos que calzan, cuyo grado de cansancio conoce muy bien la butaca que las abraza durante el primer y mejor sueño de la noche. La jaqueca puntual va a desaparecer con dos pastillas y el dolor de espalda lo aliviará la faja de neopreno, porque como hoy no ha habido café con las amigas, ellas han ayudado con los deberes del colegio mientras planchaban un poco.

Y cuánto disfrutan con algo tan simple como darles las gracias al despedirlas, un acto de amor sencillo y enorme que las superabuelas reciben con la sonrisa abierta y brillante, al tiempo que un ¡anda ya! se les escapa entre los labios antes de dejar un beso en la mejilla y una caricia en la otra.

Al cerrar el portón, mientras el ascensor baja, notan el picor de la emoción espejeando los ojos, confundiéndolo a sabiendas con el frío de la noche. Por el camino deciden que este domingo prepararán el guiso que tanto les gusta a sus hijos, que a los niños les hará unos filetes empanados y los abuelos aplaudirán el bizcocho de la merienda. ¡Es tan difícil tenerlos a todos en casa sin ser Navidad!

El baile de la llave en la cerradura las devuelve a su paraíso recoleto. Después de tomarse el analgésico, cierran los ojos para ver la alegría correteando con los juegos y gritos desordenados de los nietos. Esperando el amanecer, hacen un esfuerzo para no pensar en la ley natural, en el crecimiento de la infancia.

Por ellas, por las que nos preceden, que abrieron la grieta que vamos agrandando. Por las que vendrán, para quienes seremos recuerdo. Feliz día.

 

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