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Jueves 09/05/2024  

Eutopía

Elucidario

El ruido permanente es un garabato para el alma, es una mueca ritual para el escaparate al que nos enfrentamos diariamente. El ruido se nos brinda, oferta e impone como un tributo de la interrelación excesiva.

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El ruido permanente es un garabato para el alma, es una mueca ritual para el escaparate al que nos enfrentamos diariamente. El ruido se nos brinda, oferta e impone como un tributo de la interrelación excesiva. Se nos presenta como la miel en un panal  de hiperactividad frenética, pero es sin duda, el que nos aleja de las claves existenciales. Su antídoto puede ser el silencio, ese  elucidario repleto de experiencia reflexiva, donde la persona, puede desembocar en un acto de interiorización, que le dirige a una serenidad fructífera. El silencio, no debería ser una acción puntual ni estática, sino un principio ontológico, un espacio mental y espiritual, donde los interrogantes, la búsqueda del vacío o de las respuestas, estuvieran directamente relacionadas con la Palabra, el Discernimiento y la Revelación. Desde la perspectiva teológica, es un signo revelador de todos los tiempos, que requiere una comunicación endógena intensa, una escucha activa y una integración plena con todo lo creado. Es el Principio de la Palabra y de la Contemplación,  que contempla no sólo, las fracturas,  crisis, caídas u obstáculos, sino nuestras habilidades, potencialidades y capacitaciones, para enfrentarnos y afrontar el Crecimiento. El silencio, realmente es un semillero de posicionamientos, una apelación sigilosa pero rotunda. Es una oportunidad para redescubrirnos antes tantas tempestades, para aliviar las páginas dolorosas con las que deambulamos. Es abandonarse para hallarse. Encontrarnos para existir en plenitud. El silencio es el cisne negro en ese manual conductual, que nos inoculan, desde que despertamos al mundo. Es la fórmula incómoda, que se resuelve otorgándole, o el velo de la rareza o los estigmas negativos. Pero si le dejáramos transformarnos, se reflejaría la ausencia de ese impulso automático de la irracionalidad humana, exponiendo asertivamente quiénes somos, qué pensamos, cómo vamos a actuar y preparándonos para ser mejores personas. No es besar el abismo, sino abrazar la autenticidad en el instante presente. Puede ser el compañero discreto de nuestra trayectoria vital, la gota de oxígeno ante jornadas interminables, la silla donde descansar cuando ya perdemos el rumbo de tanto andar, o esa chaqueta vieja que es la única que nos reconforta cuando llegamos a casa…El silencio, nos invita a frenar el ritmo para después movilizarnos, nos apoya para subir a la cima de nuestros desafíos, pero también nos solicita que disfrutemos del paisaje y que valoremos el esfuerzo individual y colectivo. El silencio, esa opción tan necesaria…

 

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