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Ecuánimes

El delito daña a todos porque crea conciencia de culpa en el cuerpo social. ¿Qué hacer?

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El español medio, el que llamamos pueblo, es dado a arrebatos. A veces se calienta tras los compases de un himno y otras puede caer en un estado depresivo sentado en una tumba. Somos así, dicen que por obra del sol que se pasea desaprensivo por la piel de toro. Es verdad, este es el reino de la luz y un sol abierto vaga demasiadas horas sobre  los ánimos escapado del desierto. Igual hace con los toros de lidia, que su luz se encarga de la casta en las dehesas, y con los claveles reventones y con los pueblos blancos revestidos de cal. El español cual geranio huye de nieblas y goza del calor como la albahaca: igual que ella, o aroma el ambiente o palidece de heladas.

 

Sí, somos de natural extremo. Por eso ahora por toda la península la traición de algunos españoles ha tendido un manto pesimista. La corrupción es un atentado a la solidaridad y duele la frustración más que el latrocinio. Es tirar de la manta para dejar al hermano a la intemperie. Hay en el paro mucha miseria y muchos niños indigentes para tomarlo a broma. Y las medicinas de los ancianos. Y la de los enfermos crónicos que sólo viven de cuidados. Es para deprimirse viendo a algunos manejando dinero en el gran lujo de  las mansiones. Y con depósitos en paraísos fiscales. Todo está a la vista, qué os voy a decir, y los jueces van sacando a cuentagotas y los medios lo cuentan como un rosario de desesperanza que hiere desde cada pantalla. Se cuela el desastre cada día, a cada rato, en cada telediario anulando el brillo del alma.

 

Quiero decir que el español tiene en estos días motivos para arracimarse en los extremos como los polos del imán de una vida gastada para la mayoría en un trabajo constante, de hormigas. Atesorando para una sociedad con recursos comunes. Mirad cómo no es sólo dinero, economía, trabajo; todo no consiste en comer, está también la dignidad moral de personas que se queda pisada por osados sin conciencia social. Ver salir algunas caras de los juzgados en una sonrisa desafiante dice mi amigo que es lo que más distorsiona. No hay arrepentimiento, explica, y eso me conduce a no poder sujetar las tendencias bajas, que quizás sea el peor sufrimiento. El delito daña a todos porque crea conciencia de culpa en el cuerpo social. ¿Qué hacer?

 

Yo pediría a los que han malusado el cargo que lo confiesen con humildad buscando en los demás la conciencia de hombres imperfectos que no distorsiona sino devuelve a lo que es condición natural. Es verdad que cualquiera puede equivocarse y nadie debe atreverse a decir lo contrario, por eso están el arrepentimiento y la misericordia. Pero esa cara prepotente daña porque en el interior de cada cual no se compagina con la conciencia de hombres. Y entonces nos salimos del camino natural y podemos llegar a caer en depresiones sin lógica. Lleva razón mi amigo y también cuando dice que toda política debe pasar por una preparación que allane el camino a la honradez. Lo que más desestabiliza es negar ayuda al que lo necesita y no corregir al que yerra, que ambas deben complementarse usadas en su tiempo.

 

En los partidos había que asegurar con verdadero ahínco la honradez y los votantes deberían exigirlo a machamartillo si queremos que baje este grado de corrupción que se está dando de forma escandalosa. ¿No empieza por un deseo de conseguir votos a costa de lo que salga? Incluso a costa de pervertir el orden moral, como si lo que en valor intrínseco no es justo para el individuo pudiera serlo para el grupo. La implantación de nuestra democracia no ha tenido una alta inspiración moral; un virus funesto venía con las instituciones que ha desarrollado su malicia desde dentro. No se aclararon cosas, se impusieron otras y no se incluyó el proceso en una ilusión colectiva sino en el miedo que nunca conduce a puerto. A pesar de los discursos. Estoy hasta los tales de discursos bonitos, de sermones huecos de palabrería encubriendo realidad triste, casi siempre llevada de intereses bien concretos, dice también mi amigo. Y pronostica que si alguien algún día venga sembrando bondad, justicia verdadera, a este pueblo español, que tan bien se acopló con la doctrina cristiana, y destierre el orgullo, el egoísmo y la envidia, hará sonar sin tañerlas todas las campanas del país. Sólo de la energía que se encuentra acumulada sin usarla ya siglos en el buen natural de nuestra gente. La realidad de España es muy distinta a esto que se ve cada día, pero la zancadilla, el engaño y la aspiración a sobresalir de los demás nos envenena la convivencia. No hagáis caso, nadie es mejor como se dijo desde antiguo. Es una treta para tapar privilegios. Sólo España importa y españoles que laboren por ella, que no engañen para esquilmarla. Buscadla a través de la dignidad moral y del trabajo. Apartad la mierda, que está debajo hermosa.

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