El Gobierno ha buscado un culpable para la lamentable situación económica española: la banca. Esta estaría asfixiando a las familias y a las empresas al negarse a suministrarles crédito...
El Gobierno ha buscado un culpable para la lamentable situación económica española: la banca. Esta estaría asfixiando a las familias y a las empresas al negarse a suministrarles crédito. Este argumento es muy popular y tiene una venta fácil, sobre todo, cuando los dos grandes bancos del país, BBVA y Santander, acaban de publicar sus resultados que arrojan unos beneficios considerables a pesar de la crisis. En este contexto argumentar que la banca se enriquece mientras el pueblo se arruina es un recurso demagógico pero eficaz. La cuestión es cuánto hay de cierto en esa tesis y cuánto de verdad. ¿Es verdad que los banqueros quieren destruir a compañías y familias que son solventes y corren el riesgo de dejar de serlo por carecer de crédito?
La respuesta es negativa. La mitad del crédito suministrado al sector privado durante los años de la expansión fue importado, procedió de los ahorros de los extranjeros. Con la crisis económico-financiera ese canal se ha cerrado y, en consecuencia, los flujos crediticios a la economía han sufrido un duro recorte. Por otra parte, el fuerte aumento de la deuda de los hogares y de las empresas en un escenario recesivo, como el actual, en pleno derrumbe del valor de los activos inmobiliarios y con un incremento rampante de la morosidad y del paro agudiza todavía más la restricción crediticia. Esa es la situación real.
A diferencia de lo que sucede en EEUU y en el Reino Unido, el Banco de España no tiene facultades para elevar la liquidez de la economía. Esa tarea está en manos del BCE en Frankfurt y es impensable que esa entidad aumente la oferta de crédito a la economía española en un volumen suficiente. Si, como es previsible, la recesión es larga y las condiciones financieras internacionales no mejoran, la contracción del crédito a los hogares y a las compañías, lejos de reducirse, aumentará. Ante ese panorama, los bancos tenderán a protegerse frente a una evolución de los acontecimientos que puede poner en peligro su solvencia. Así pues, no tengan esperanzas.