Ya que uno va a escribir sobre lo que va a escribir, es pertinente y obligatorio rogar para que disminuya o desaparezca la mal denominada violencia de género. Ya sabrán ustedes que es anglicismo que se ha colado por mor de la corrección política. En inglés, las personas tienen género; en vez de ser de sexo masculino o femenino, son de género masculino o femenino. Así que lo que deberíamos llamar violencia de sexo o doméstica, se ha quedado, sin discusión, en violencia de género. ¡Qué le vamos a hacer!
Y es que todos los esfuerzos son pocos para eliminar esta lacra de nuestra sociedad. Ya se que, como todos ustedes conocen, en España el número de muertes por este tipo de violencia es menor que la media de los países de nuestro entorno socioeconómico. Pero el hecho de que se mencione con tanta frecuencia este dato favorable a nuestro país no nos debe hacer bajar la guardia.
Sabrán ustedes también, porque se cuenta a menudo, que aproximadamente un tercio de las mujeres fallecidas son extranjeras. En proporción a la población, mueren cinco veces más mujeres extranjeras que españolas; quizás las administraciones debieran enfocar algo más la publicidad.
Menos conocido es el dato de hombres asesinados por violencia de género. Lógico, pues su número es muy inferior al de mujeres muertas. No parece que esta discrepancia entre el número de hombres y mujeres víctimas de esta violencia sea un factor cultural.
En el bicentenario de la muerte de Darwin es necesario hacer un hueco a las teorías psicológicas que hacen hincapié en el hecho de pertenecer a la especie homo sapiens sapiens para explicar comportamientos sociales. Si no, como decía aquel, parecería que la evolución de la especie sólo ha afectado a la gente del cuello hacia abajo.
La psicología evolutiva explicaría esta diferencia entre el número de muertos masculinos y femeninos. Hace unos meses The Economist publicó un metaestudio sobre las diferencias entre hombre y mujer. Parece que los estudios indican que esas diferencias son pocas; pero haberlas, haylas.
Entre las diferencias que los diferentes estudios habían encontrado significativas, destacaba el ejercicio de la violencia. Parece estar demostrado que lo hombres ejercen la violencia física en mayor medida que las mujeres. Y parece estar demostrado que las mujeres ejercen la violencia psicológica en mayor medida que los hombres. Y parece estar demostrado que ambos géneros ejercen la violencia en medida bastante similar; lo que cambia es el modo de ejercerla.
Valga todo este proemio para empezar a hablar del objeto de este artículo, un programa de televisión, de Telecinco, titulado Escenas de matrimonio. No se si están ustedes de acuerdo en que va aumentando el número de programas de televisión de un nivel cultural ínfimo o inexistente, de programas que apelan a los más despreciables instintos del ser humano. No es que esos instintos no estén en casi todos nosotros; pero la mayoría hemos aprendido a controlarlos o reprimirlos como animales sociales que somos.
Parece que se apela a los estratos más bajos culturalmente de nuestra sociedad y se les muestra algo que ellos pueden reconocer como inferior. “Ese tío o esa tía están todavía peor educados que yo”.
Lo que distingue Escenas de matrimonio de otros es el nivel de violencia existente. Es repugnante el modo en que se presenta las mujeres, como permanentemente insultando, despreciando, minusvalorando, atacando a unos maridos que destacan por lo mansos que se diría en otros tiempos.
No me parece mal que se presenta la relación de pareja como algo tan desagradable. Ni que los hombres sean todos tan zafios, sucios y groseros. Ni que las mujeres sean de la misma calaña y nivel. Lo que me parece inaceptable es el modo en que se presenta la violencia de las mujeres contra sus maridos. Iba a titular este artículo como “mujeres maltratadoras”, pero me pareció poco adecuado al momento político.
Es un programa que acepta, aprueba, fomenta la violencia de género. Sólo una, claro. Pero presenta como normal algo que, a Dios gracias, es tan raro o tan frecuente como la violencia de género masculina. Inaceptable.
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