No queda nunca suficientemente claro si escribir tiene siempre algo de exhibicionismo, lo que sí resulta evidente, es que José Luis Sampedro nunca ha dejado de mostrarse ni en sus novelas, ni en sus opiniones. Ahora que se nos ha ido para siempre, se hace evidente su persona, su obra, pero sobre todo, ese mostrarse en cada opinión, no decaer, defender sus principios, alardear de humanidad, trabajar para el otro, para todos, para los demás, llamar a la rebelión cuando la vida se le escapaba ya en cada golpe de respiración. Todo un ejemplo. Se podrían citar tantas de sus opiniones, pero, como ocurre con el buen vino, que para catar su esplendor basta con un sólo buche, pequeño, que se paladea sin necesidad de tragarlo, así nos vale con una cita suya: “Hay dos tipos de economistas: los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres”. Lo más curioso, es que muchos de los políticos, empresarios, intelectuales torcidos, periodistas,... que hoy glosarán su figura, alardearán de lo que era y de cuanto valía, trabajan, a destajo, a diario, por la calle de enmedio, sin descanso, para todo lo contrario de lo que esas esplendorosas palabras encierran. Sampedro, hombre de sal y de luna, pero con los pies en la tierra, espíritu adosado a la libertad sin reparo, nos deja un legado de palabras y de gestos, de hechos, de sonrisas y de ejemplos, más allá de la persona, pero sólo gracias a ella, que uno no sabe realmente cuánto han de durar o si sirven para algo, porque lo de la inmortalidad del creador... Fíjense si no como, recientemente, el periodista Jesús Quintero preguntaba en su espacio televisivo de la cadena autonómica andaluza a Antonio Gala si le tranquilizaba (anda ya también cercano al otro lado), el saberse ya inmortal, algo a lo que el dramaturgo y poeta cordobés contestaba con un rotundo: “Los cojones. No ve lo contento que está Cervantes”. Hombre de luz y de razones, de entusiasmo y de denuncia como gesto vital, como constante, como centro de gravedad permanente, es ahora sombra en la que cobijar los malos tiempos que con risa de hiena, siguen comiéndonos lo mejor del alma y de la sensibilidad humana. Quisiera dedicarle uno una sonrisa etrusca, que no se extinguiera nunca, y no tener para siempre, esta sensación de sirena varada, porque al fin y al cabo, siempre se hace realidad ese río que nos lleva. Para siempre. Y hasta siempre. José Luis Sampedro, tan delicado y tan oportuno, que no conocimos de su fallecimiento hasta unos días después, como para no coincidir en su fallecimiento con Margaret Thatcher, como se suele decir, un mal bicho, de esos que le hacen a uno pensar que el infierno, en verdad, debería existir. n
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