Hay estrellas que haciéndose de carne terminan en el barro. Angelina Jolie se ha hecho de carne, y tras perderla, perdura su brillo, independizado ya de su belleza pasajera.
La prueba médica que da la voz de alarma a la señora Jolie para mastectomizarse se basa en un gen humano (BRCA 1 y BRCA 2) que pretende patentar la empresa norteamericana Myriad Genetics.
El gen detecta el riesgo futuro a padecer cáncer de mama mediante prueba diagnóstica, que por ser patentada, supone un coste de 3.000 $. El gesto de Jolie es valiente con ella, pero a la vez con millones de personas y con la Unión Americana de Libertades Civiles, que batalla por ellas en los Tribunales de USA, contra la empresa que pretende la llave de la salud de muchas mujeres.
Jolie se arranca los pechos que amamantan hijos. Los campesinos húngaros arrancan cultivos que alimentan a los suyos, rebelándose contra quien tiene la patente de la práctica totalidad de las semillas transgénicas y herbicidas que las hacen resistentes, Monsanto, propiedad de la familia Rockefeller.
Hungría se protegió contra los transgénicos que, como diría Lorca, paren hijos secos, al traer al mundo plantas con semillas inertes, incapaces de dar nueva vida; plantas que obligan al que se esfuerza en su crecimiento a acudir de nuevo a Monsanto, para comprar una y otra vez sus genes patentados.
Monsanto burló el control húngaro y mezcló su simiente de laboratorio con semillas naturales. Hungría reacciona quemando sus campos de cultivo.
Las batallas de Jolie y los campesinos magyares nos señalan la importancia de la propiedad industrial, la propiedad de los inventos. En España no podemos patentar descubrimientos, esto es, no es patentable lo que estaba ya en la naturaleza, como el gen que descubrimos. Porque los descubrimientos consiguen que nos sacudamos la ignorancia, pero no son creación humana. En España, y en nuestro entorno, sólo podemos patentar una invención que supone crear algo nuevo que no existía y puede resolver un problema técnico. Como la rueda de hierro que apoya de manera diferente sobre un raíl, y permite viajar en un tren que circula a 400 km/hora sin fastidiarnos la espalda por las vibraciones; y a la vez permite al español Jose Luis López Gómez ganar el premio al inventor europeo del año.
Es más importante la salud y la alimentación que el transporte. Por esto creo errada la ley norteamericana que vive en el axioma liberal de permitir el desarrollo empresarial sin límites, hasta su crecimiento atrofiado, como el cáncer que nos mata. Y en esa fe paren leyes que permiten a las empresas adueñarse de genes humanos por el hecho de ser los primeros en encontrarlos. La misma ley adolescente que rige entre dos chicos que exigen "quedarse" con la guapa del grupo, para quien la ve primero.
Prefiero la Ley española, y de nuestro entorno, que sólo nos faculta para ser dueños temporales de las ideas que crean una utilidad nueva para un producto conocido, o bien determinan un modo de fabricar, o crean un nuevo instrumento que nos resuelve un problema práctico, de la técnica. No puede ser Ley de razón aquella que permite al descubridor hacerse dueño del tesoro descubierto que permite salvar vidas, o jugar a ser Dios con las cosas de comer.
Norteamérica mantendría a Gutenberg como dueño de la prensa escrita, a los chinos como dueños de la tinta, y al primer columnista de este espacio como el único que podría plasmar en él sus ideas. La Ley española, en cambio, exige aportar algo nuevo que nos haga avanzar, impide que ganemos dinero por inventar la pólvora, y me permite compartir esta reflexión, sin hacerme dueño de esta columna, para que extraigan conclusiones propias.
La mía es que los Rockefellers del mundo son como una plantación transgénica de crecimiento muerto, y que solo los López Gómez nos pueden dar futuro para alimentar a los hijos. Aunque tengamos que arrancarnos los pechos y quemar nuestros campos.
La tribuna de Viva Sevilla
Angelina Jolie, campesinos magyares y la propiedad industrial
Las batallas de Jolie y los campesinos magyares nos señalan la importancia de la propiedad industrial, la propiedad de los inventos. En España no podemos patentar descubrimientos, esto es, no es patentable lo que estaba ya en la naturaleza, como el gen que descubrimos.
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