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Poltergeist televisivo

Dicen que los perros acaban pareciéndose a sus amos, y hay quien asegura que son los amos los que terminan pareciéndose a sus canes...

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Dicen que los perros acaban pareciéndose a sus amos, y hay quien asegura que son los amos los que terminan pareciéndose a sus canes. Sea como fuere, la frase puede aplicarse a la relación entre sociedad y televisión. Nuestra sociedad se parece cada vez más a su televisión, adoptalos comportamientos que ve en la pantalla bajo el dogma engañoso de que todo lo que sale en ella es ético por el simple hecho de emitirse. Hoy en día el plasma legitima.

Entre todos esos programas que luchan a zarpazos por la carnaza de la audiencia hay dos que destacan por su influencia fuera del televisor: Sálvame y La Voz. Ambos de Telecinco, y no crean que siento animadversión por esa cadena, pero esos dos programas son icónicos, el paradigma de este Poltergeist invertido que experimentamos: los de fuera de la pantalla somos los que abducimos a esos fantasmas televisivos asumiendo sus comportamientos. Vivimos una realidad donde todo se está salvameizando y lavozeando, y que la RAE me perdone por estos palabros. Al igual que en Sálvame no hay pudor al airear los trapos sucios de los personajes, incluso de los propios colaboradores, y se vierten informaciones sin contrastar y opiniones a la ligera sobre temas tan serios como el suicidio, algunos delitos, la drogadicción, la adopción o las enfermedades, en nuestro entorno sucede algo parecido.

Lo grave es que esos chismorreos y rumores sin base saltan desde la sociedad a la tribuna pública de algunos medios de comunicación, que otorgan veracidad a opiniones infundadas de mostrador de taberna. Acabamos de presenciar la salvameización de la tragedia de la familia fallecida en Alcalá de Guadaíra: cada cual se ha creído en el derecho no solo de opinar sobre algo tan íntimo como es la muerte de personas ajenas, sino de determinar las causas. Cada cual ha elaborado su teoría y la ha aderezado con su pizca de morbo sin tener ni puñetera idea de lo que pasó entre esas cuatro paredes. Y algunos medios, más salvamistas que Sálvame, han dado cancha a estas especulaciones, destripando sin pudor aspectos privados de la familia, a la que, además de desnudar públicamente, convierten en ariete contra las instituciones, en mártires de la injusticia sin el menor escrúpulo. No digo que no pueda haber ocurrido así, pero habría que tener más prudencia y no jugar con los muertos, menos aún cuando hay una hija menor que ha sobrevivido y una familia que los llora.

El otro fantasma salido del plasma es la lavozeación de los oficios y profesiones. Todo trabajo debe hacerse como en un talent show: rápido, sin esfuerzo, de cara a la galería y en competencia con algún adversario, ah, y el resultado debe gustar a la gran mayoría, la masa. Los profesionales son sustituidos por apasionados amateurs que “quieren cumplir su sueño”, ya sea en la música, en el baile, en la cocina o en los negocios. Cualquiera puede cumplir su sueño, todos tenemos talento, parece ser el eslogan, sin advertir que un trabajo serio y riguroso, de calidad, requiere reflexión, tiempo, dedicación, frustración y esfuerzo de puertas para adentro. El gimnasio del talento está en un sótano, no en una plaza pública. Eso sin contar la formación sólida y el aprendizaje continuo e inacabable que exige un oficio bien hecho.

Pero claro, quién quiere perder años en aprender si en seis programas te comparan con Dylan, Nuréyev oAdriá. La sociedad está lavozeada, así que no extraña ver colas kilométricas de padres que llevan a sus hijos al casting de un concurso de cocina o a personas mayores disfrazadas de rockeros para divertir a la audiencia de una televisión pública. Estamos construyendo una cultura Nesquik, del éxito instantáneo, donde digerimos con naturalidad que aficionados ejerzan como profesionales, con la consiguiente pérdida de calidad en sus obras, productos y servicios, además de la competencia desleal con quienes de verdad se sacrifican para hacer bien su trabajo.

Son dos ejemplos -hay más- de este Poltergeist televisivo al revés, donde los fantasmas salen de la pantalla abducidos por la sociedad. Ojalá alguna cadena programara un talent show para encontrar a alguien capaz de inventar un mando a distancia con el que cambiar de canal… a nuestra sociedad.

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