En casa sabemos lo que es un ERE: ver el nombre en el listado, oirlo pronunciar para recoger la documentación, conocer las condiciones, compartir los temores de los demás compañeros, palpar la incertidumbre, que siempre es como estar al borde de un precipicio. Así hasta que llega el día de la firma, la entrega de la indemnización y, entonces, la otra sensación, la de estar al fondo del abismo, que es en la que se sumerge quien atraviesa las puertas del SAE, un abismo que se repite consistente cada tres meses, tan mecánico como insalvable, inevitable ante la ausencia de opciones y alternativas. Así hasta que el tiempo y las prestaciones se agotan. La casa se sostiene, sí, pero en los rincones, bajo el agua de la ducha, sobre la almohada, entre el
chuf-chuf de la olla exprés, te asaltan las mismas dudas que pensaste disipar durante aquellos dos años tan largos que ya van camino de tres.
Insisto: en casa sabemos lo que es un ERE. Por eso mismo, ante la resolución del Tribunal Supremo sobre el expediente de regulación de empleo del Ayuntamiento, lo primero que intento es ponerme en la piel de los afectados, en el paso de los días hasta llegar a la esperanza frustrada de este 18 de junio, pero sobre todo entre los que habrán podido sobrevivir de peor manera a la extinción de sus contratos, confiados -alentados, también- en el hecho de que con ganar una batalla estaba ganada la guerra. Cómo no ganarla si esto no era un ERE, sino una “caza de brujas”, la “caza del rojo”, se llegó a decir. Pues, tal vez no, porque en un ERE no cuenta tanto a quién echas, sino por qué lo aplicas -algo que en el caso del Ayuntamiento de Jerez era casi una obviedad-, que es por lo que se rigen los expedientes de empleo que se activan en el mundo empresarial. Que semejante planteamiento haya dejado de ser exclusivo de la empresa privada para mimetizarse en el ámbito de la administración pública es lo que convierte este caso en algo impredecible para los que han reivindicado la improcedencia de los despidos y para los que a partir de ahora podrán utilizarlo como precedente, a falta de conocer la sentencia en su globalidad y sus matices.
En este sentido, la
derrota, si se la puede llamar así, no lo es tanto, de momento, para los afectados por el ERE, como para los que han abanderado el esperado triunfo en sede judicial como un rearme moral de cara a las elecciones municipales, como una sanción a la gestión municipal y como un revés a su política de ajustes y recortes. Basta apreciar la prudencia con la que los sindicatos han acogido el comunicado del Supremo, y las lecturas con las que ha sido recibido por los partidos de la oposición, en las que la sensatez ha reñido con ciertas proclamas incendiarias.
Queda, en todo caso, la opción de las demandas individuales, que es donde cada uno de los afectados podrá demostrar la improcedencia de sus despidos, donde podrá hacer valer su labor, su trayectoria y hasta su vinculación política, si lo estima necesario, para exigir su readmisión.
Ya sabemos que en los casos en los que lo consigan no habrá lugar, que el Gobierno local preferirá rascarse el bolsillo público antes que aceptar su reingreso, empecinado como está en la necesidad de su retocado plan de ajuste y en no alterarlo, pero ahí sí cabrá hablar de victoria moral, individual, personal, aunque por delante no quede más que el precipicio de la angustia que todos, los que están y los que estuvieron, debieron haber evitado, por mucho que haya quien defienda en la calle que “no había que echar a 260, sino a 600”, y por mucho que parezcamos olvidar que no solo hay 260 afectados por un ERE, sino que la ciudad tiene ahora el doble de parados que en 2007.
Por si fuera poco ahora se pretende instalar el debate del hambre en la ciudad. Escribió Miguel Hernández que “el hambre es el primero de los conocimientos: tener hambre es la cosa primera que se aprende”, pero este “hambre” o esta “hambre”, que tampoco es lo mismo uno que otra, se dice tan a boca llena que suena a interesado, que no a falso. Y hay tantas cosas dichas a boca llena que después cuesta en exceso digerirlas.