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¡El Señor de La Isla!

Dedicado al Nazareno de La Isla, como despedida hasta el nuevo curso cofrade

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Este artículo fue publicado en el boletín de la pasada cuaresma de la hermandad del Nazareno. Y hoy como despedida -HASTA EL PRÓXIMO CURSO COFRADE- no deja de ser  el mejor embajador posible de la noticia que me ilumina, me inspira y me protege bajo su mirada compasiva y protectora. Razón más que suficiente para que se publique también en estas páginas cofrades con objeto de su mayor divulgación como muestra de la devoción, que se le profesa en esta Isla a tan venerada imagen.
   Y reza así: Recuerdo que desde muy jovencito tenía la costumbre de visitar con bastante frecuencia la Iglesia Mayor. En aquel entonces y creo que todavía persiste. Había una gran y afectiva devoción popular -a las tres iconografías- más representativas de Jesús y de María, que en esta Isla nuestra, se encarnaban sin duda y con diferencias en la Virgen del Carmen, el Medinaceli y el Nazareno.
   Dicha reacción, no significaba que las otras devociones -tan copiosas- en la ciudad no dispusieran también de bastantes fieles y seguidores, aunque se admitiera que no alcanzarían en ningún caso, el mismo nivel de visitas que las anteriores. Pero en la contabilidad para entrar en el Cielo; sus devotos sin excepción alguna, serán bien recibidos, porque en definitiva, los fines son los mismos, sólo que bajo sus distintas y amorosas advocaciones.    
   Y volviendo a las tres devociones más emblemáticas y significativas de la Ciudad. He de decir que había en el pasado y creo que todavía existe en el presente, un determinante y fiel termómetro para medir el grado de devoción y a su vez, el de las asistencias por parte de los fieles hacia cada una de las imágenes citadas, cuyo dato orientativo se esclarecía simplemente con motivo de las aperturas periódicas de sus respectivos cepillos. Y no me atrevería a situar un orden exacto de prioridad en función del montante dinerario de sus contenidos, aunque sí tenga la ligera sospecha, que tal vez fuera en aquella época, superior el del Nazareno y quizás hoy también lo siga siendo.

   Paradójicamente tales recaudaciones nos dan una idea del culto, el fervor y la devoción que representa para el pueblo en general, estas tan queridas y benditas imágenes, que por otra parte, presentan otra curiosa estadística digna de mencionar con respecto a los que se acercan a visitarlas -algunos a pesar de su alejamiento de la Iglesia- porque aunque lo nieguen o digan lo contrario. Sí rezan a hurtadillas y de una manera muy especial y devotamente a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Basta observar cuántas personas pasan diariamente por la puerta de la Iglesia Mayor y entran expresamente sólo para rezarle o simplemente dedicarle ‘una miradita’. 

   Y digo esto tal como empecé este relato, recordando las vivencias de mi juventud, que seguramente son las que mejores quedan grabadas en la mente, en la conciencia y en los sentimientos de las personas. Y en la mía, así lo fue, así lo viví y así lo puedo narrar porque fui testigo excepcional del episodio que a continuación sigue:

 Cierto día en la visita que habitualmente hacia a la Iglesia Mayor como al principio he citado, me encontraba en uno de los dos reclinatorios al pie del altar del Nazareno, cuando el silencio reinante del momento se rompió con una voz bronca y firme detrás de mí que decía exactamente lo que reproduzco literalmente, omitiendo, eso sí, por pudor sólo dos letras (la ch y la a), las cuales, estoy seguro que ustedes adivinarán si se  añaden a las otras dos de la siguiente palabra: -pi… échame una manita- que voy pal fango a mariscá pá mi churumbele.

   Naturalmente al oír la frase me quedé tan sorprendido como absorto, pero inmediatamente reaccioné. Volví la cara y descubrí la silueta de un mariscador, que representaría unos cincuenta años (ya fallecido); gorra calada y carcomida por el sol, blusa desgarrada, pantalones rotos y remangados, canasto en ristre y descalzo. Y tras las últimas palabras pronunciadas con su voz quebrada, pero firme e intensa, alzándola con énfasis al referirse a sus -churumbeles- se esfumó rápidamente.

   Salí de mi asombro e inmediatamente entendí que aquello que yo consideré una grosería para él -fue una auténtica oración- que con toda certeza, creo que el Nazareno admitía concediéndole ¡cómo no! el pan nuestro de cada día, que aquel mariscador;  tan irreverentemente y a la vez con tanta humildad y convencido le pedía.

   Me quedé fijo un rato contemplando la belleza del rostro, la bondad y la dulzura que aquel día me transmitía la mirada de nuestro Padre Jesús Nazareno, incluso me pareció que me sonreía y me guiñaba. Y a partir de ese momento comprendí hasta donde llegan las necesidades de los que -sin tener nada- nos muestran el gran espíritu del alma que poseen. Y también pude percibir la misericordia infinita de Dios Padre y Dios Hijo.

  Hoy reflexionando sobre aquel hecho real, aparto todos los apelativos en torno al Nazareno que se sucedieron después con el paso de los años; tales como ‘el abuelo’, ‘el viejo’ etcétera. Incluso ahora el título de ‘regidor perpetuo’. Todos ellos muy significativos y respetados, pero ninguno como: ¡El Señor de la Isla! El Señor de todos los isleños. Pero especialmente El Señor no sólo -de los mariscadores- sino también de los pobres y más desamparados.

  Por último. Permitidme la licencia de relacionar a los mariscadores con Camarón y la Venta de Vargas. Y unirme a la cita que figura en uno de sus cuadros allí colgados, que dice: Bendita sea la tierra/ que a mí me vio nacer/ Cien años que yo viviera/ siempre la recordaré/ ¡Isla de León!/ Vientos de levante llevan/ el cante de Camarón.  

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