Confesiones del mismo payaso
Lo confieso, no soy ni he sido autor de hazañas ni prodigios y no he superado prueba ninguna, hasta la fecha, para ganarme el puesto que en la administración local ocupo...
Al contrario, si me apuran, hasta creo haber hecho lo bastante como para no estar ya en plantilla y, sin embargo, gozo de la suerte de seguir estando. Tanto es así que, en agradecimiento, he asumido el compromiso de efectuar una donación a la institución para que la destine a los servicios sociales, si me toca más de un millón en alguna lotería, y de este modo pagar con creces el privilegio que se me concedió convirtiéndoseme casi en funcionario sin merecerlo. También confieso no sentirme orgulloso de ejercer como empleado público.
Claro que tampoco voy a hacerme el haraquiri por serlo y renunciar a las ventajas que tal condición me ofrece. Por eso, por no alardear de status laboral, por no considerarme trabajador siquiera, por no poseer conciencia de clase ni aspirar a ella en absoluto –no hay nada peor que ir por ahí de marxista trasnochado–, pero sí por tener algún sentido de la justicia y la mesura, como que ya no me tiran determinadas huelgas, cuya legitimidad no discuto, ni ciertas juergas, de las que ya, cuestión de edad, rehuyo. Que uno, en definitiva, es un inútil y los inútiles, aburguesados o no aburguesados, bueno resulta que los haya, dicho sea no para ensalzarlos, sino para redimirlos, como Fellini. De no haberlos, entre tanto listo y personal sobradamente preparado como anda suelto, seguro que se les extrañaría. Inútil, eso sí, de los que se bajan los pantalones, porque, si no, sería de los que se cagan en ellos. E inútil, de los que se los suben cuando toca, por supuesto, para no salir por la calle en paños menores. Como bien afirma el refrán, hay que estar para las verdes y para las maduras.
De lo único que tengo conciencia es de que soy humano, eso creo, aun con el alma rehipotecada, y de que, como tal, me debato entre la esperanza y el desencanto que me inspira la humanidad y la vida en sociedad, no sé si por mor de Dios o del Diablo. Digo yo, pues, que nadie se sorprenderá si un día de éstos me da por quitarme de en medio e irme a vivir a un circo, o a un zoológico, no importa cuál.
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