Sé que está feo decirlo, pero, puesto que me llaman facha, lo digo en legítima defensa: apadrino a un niño en África, ayudo económicamente a los refugiados, colaboro con Aldeas Infantiles y combato la mendicidad con microcréditos, dado que cada limosna me reporta un que Dios se lo pague a modo de tipo de interés. Además, provengo de una familia humilde, he sido jornalero antes que periodista y mañana me apunto al paro. Es decir, sería un magnífico ejemplo de hombre de izquierdas, si el hombre de izquierdas, en vez de teorizar sobre el ébola, pisara Sierra Leona, que es lo que hago yo.
Si el hombre de izquierdas se considera moralmente superior al hombre de derechas es porque, cuando veía Raíces, sufría con Kunta Kinte, y cuando leía a Mafalda, se identificaba con Libertad. De lo que se deduce que el hombre de derechas respaldaba al negrero de la serie y tenía a Manolito como personaje de referencia en las tiras de Quino. Esto no es así, claro, pero el hombre de izquierdas considera que el hombre de derechas es un despojo ideológico porque prefiere casar bien a la niña en vez de ingresarla en la comuna, ese convento hippy.
La superioridad moral de la izquierda explica que un partido, Ciudadanos, apuntalado con los votos tránsfugas del PP, es decir, un partido de derechas, negociara en Jaén y Almería votar al candidato del PSOE para las alcaldías de ambas capitales, a pesar de contar con menos concejalías que la formación popular. Sólo los reflejos de la dirección nacional han evitado en el tiempo de descuento el gol en contra, cuya utilización mediática situaría a la fuerza emergente como otro apéndice socialista. Lo que habría supuesto para Albert Rivera, que aspira a ser tercera vía, acabar en Tierno Galván.
La prensa en general, incluso la conservadora, reprocha al PP su dificultad para alcanzar pactos, frente a la facilidad para la francachela de la izquierda, que urde acuerdos en media hora si se trata de arrebatar poder a la derecha. En realidad, es una crítica injusta porque la izquierda, lo que quiere, no es pactar con ella, ni siquiera sustituirla en el poder, sino exterminarla. De ahí que haya convertido a Rajoy en un enemigo del pueblo. Se trata, aunque no está tipificado, de un caso claro de acoso político: todos contra el facha.