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Ofensas

El nivel de cerrazón de una sociedad puede medirse por su facilidad para sentirse ofendida por supuestas faltas de respeto...

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El nivel de cerrazón de una sociedad puede medirse por su facilidad para sentirse ofendida por supuestas faltas de respeto. Del mismo modo podemos medir la vacuidad de supuestos creadores que utilizan la provocación sin ningún sostén intelectual. Cuando una sociedad cerril se encuentra en el camino con provocadores estultos se genera un ciclón de estupideces que arrasa a su paso el poco sentido común que aún se mantiene en pie.

Otro síntoma de la mala salud espiritual e intelectual de una sociedad es el empeño enfermizo por etiquetar a todos sus miembros y erigir en representantes de todas las voces a unas pocas, que se arrogan el derecho a decir qué es ofensivo para la comunidad. Se obstinan en meter a todos en el mismo saco, en uniformar las individualidades en una sola y monolítica colectividad, donde aseguran que reside la ortodoxia y la autenticidad, estigmatizando a todo aquel que intente zafarse de ese corsé bajo el sambenito de “no es de los nuestros”. Si no te sientes ofendido por lo que ellos se ofenden es que eres un mal ciudadano, te tachan de traidor a esa sociedad que te acoge.

Estas sociedades son charcas de agua estancada y turbia, que impide que los renacuajos sean conscientes de que más allá existe la inmensidad y riqueza del océano. Estos sistemas cerrados en sí mismos suelen ser presa fácil para el miedo, sobre todo para el miedo a lo diferente, a lo discordante, a lo libre. Por eso intenta establecer códigos estrictos y dogmas como murallas de defensa ante eso que considera un ataque y no es más que la disidencia. Entre esos bastiones defensivos que construye, se encuentran los símbolos y las tradiciones, a los que otorga el carácter de inamovibles para así engañarse en el espejismo de lo eterno; su propia artrosis intelectual le impide pensar que aquellas tradiciones y símbolos que considera totémicos son, precisamente, el resultado de siglos de evolución, la suma de múltiples influencias, la acumulación armoniosa y el diálogo creador de muchas almas que hoy serían consideradas heterodoxas y, desde luego, no estarían en el estándar ciudadano. Una sociedad tan simplona es incapaz de entender que sus símbolos han sido construido por fuerzas transgresoras, en algunos casos geniales, ya que el concepto de creación no es posible sino desde la transgresión.

Esa transgresión no es ni mucho menos la de estos supuestos provocadores de pacotilla, cuya únicas cualidades destacables son la listeza y la facilidad. Listos, no inteligentes; facilones, no oportunos, pero con el suficiente olfato para oler los puntos débiles de esa sociedad mojigata. Cuanto más fuerte se cree esa sociedad acuartelada en sus símbolos, más debilitada está al señalar dónde le duelen las ofensas; cuanto más ofendida se muestra ante la estupidez sin reflexión, mayor fortaleza otorga a los simples con ínfulas de transgresores. Una sociedad atrincherada es una sociedad vulnerable, y los provocadores de tres al cuarto lo saben.

Tanto pervierten el sentido de esos símbolos los ofendidos sin motivo como aquellos que quieren llamar la atención sin más argumentos que mamarrachadas. Y lo más grave es que la semilla de la ofensa casi siempre es plantada inconscientemente por los ofendidos, quienes restan sentido y valor a sus símbolos con actuaciones fuera de lugar. El enemigo está dentro y se escuda en su condición de ser “uno de los nuestros” para destrozar construcciones colectivas valiosas, señalando después culpables que no han hecho más que aprovechar la puerta que él mismo abrió.

Seamos claros: esta ciudad es ofendida porque se deja ofender y otorga ese poder a provocaciones sin ingenio de mentes mediocres. Seré aún más claro: soy sevillano y me molesta que determinados lobbys y líderes de opinión se erijan en mis portavoces y me metan en el saco de los ciudadanos ofendidos por la foto de Uma Thurman y el vídeo del nazareno mojado. También me cabrea que supuestos creadores me alineen en el pensamiento único que tapa otras voces en esta ciudad con el afán de ofenderme. Y más claro: tanto la defensa de los símbolos como la transgresión son inviables sin la inteligencia.

Lo único que me ofende es la ausencia de inteligencia.

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