Cien años de perdón

Publicado: 11/03/2016
Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. En España podrían concedernos si quisiéramos la absolución eterna, ¿pero queremos? Nos situamos en Valencia, capital hispana de la corrupción. El día amanece lluvioso y gris
Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. En España podrían concedernos si quisiéramos la absolución eterna, ¿pero queremos? Nos situamos en Valencia, capital hispana de la corrupción. El día amanece lluvioso y gris.

¿Quién nubla tus cielos y hace que llores, querida? La lista de presuntos culpables no cesa en su empeño de querer ser interminable. Suena la alarma de un banco, suenan móviles de gente importante, suena un “tic-tac” a contrarreloj que incomoda al de arriba y que agita al de abajo. Es ficción, pero inevitablemente os suena.

“Cien años de perdón” (2016) está dirigida por el catalán Daniel Calparsoro, cuyos trabajos previos no habían llamado la atención con la fuerza que ahora lo hace este vibrante thriller sobre un atraco que funciona como herramienta narrativa para tratar otros temas actuales de mayor carga social y política como es, por desgracia, la corrupción, titular rutinario contra el que parecemos habernos vacunado.

La cinta posee una apertura potente, y los atracadores no tardan en irrumpir en la sede central de un banco de Valencia, en cuya caja fuerte se esconde un valioso dosier cargado de oscuros secretos. El plan era sencillo, pero hay contratiempos que escapan a nuestro control. Siempre hay un plan B, más aún si se es argentino, como la mayoría de nuestros atracadores, liderados por “El Uruguayo” (Rodrigo de la Serna) y “El Gallego” (Luis Tosar). Qué rápido hablan y piensan los argentinos, aunque quizás actúen a veces sin pensar, aportando una pincelada de humor al asunto.

La película, aparte de mantener en vilo al espectador hasta la resolución final del asalto, planea sobre varias cuestiones que inevitablemente nos inquietan hoy en día: Los límites intrínsecos y morales del poder, la sombra inquietante de la corrupción, la imposibilidad de remover los estamentos sociales a través de las vías existentes, o el conflicto interior que nos acecha independientemente del bando al que pertenezcamos y que nos incita a hacer lo que consideramos correcto aunque realmente no lo sea.

Lo mejor de una historia que recuerda inevitablemente a “Plan Oculto” (2006), además de que pone de manifiesto que ciertas producciones españolas no tienen nada que envidiar a las cintas de acción norteamericanas, es que se atreve a insinuar que a través del caos, los pilares que sostienen a quienes nos gobiernan se tambalean. Se puede tirar de la manta, por mucho que la sujeten los que con ella se cubren, asustados de que les roben la careta con la que nos atracan cada día.

Lo peor es que deja pasar la oportunidad de golpear al espectador con una ficción que se percibe ridícula en comparación con la preocupante realidad que nos rodea, sin abandonar en ningún momento su irreprochable rol de entretenimiento inofensivo.
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