Herta Müller, Premio Nobel de Literatura de 2009, en “Todo lo que tengo lo llevo conmigo”, reflexiona acerca de la impunidad con que la Historia premia a los genocidas. “Todo lo que ha ocurrido, y ahora qué”, se desalentaba en su relato al comprobar que la vida seguía, después del exterminio europeo de la II Guerra Mundial, y las personas se comportaban como si todo eso ya no tuviera mayor importancia.
El hombre que seguramente ha contribuido en buena parte a la pacificación del País Vasco, y que ha saldado su deuda con la justicia, pero no se sabe si alguna vez consigo mismo, se comportaba en la entrevista con Évole, como esas personas que no miran atrás, y a requerimientos constantes del periodista, desviaba la atención hacia el futuro del País Vasco, insistiendo en la inutilidad de volver al pasado.
Pero volver al pasado es mucho más útil que proyectar el futuro, porque sólo el pasado es pedagógico, muestra de que cada herida que se hizo entonces, sigue y permanece en el tiempo, a veces cobrándose la vida, a veces matando ilusiones, y desde luego siempre permaneciendo en la experiencia, en este caso colectiva, de que la violencia no lleva a parte alguna.
Todas las personas que han sido directa o indirectamente víctimas de la violencia terrorista, todas las que hemos tenido miedo y repugnancia cada vez que se conocía un atentado, habríamos agradecido el domingo por la noche un acto de humildad de Arnaldo Otegi, no con el Estado español, que no se sabe muy bien si tiene alma, sino con las personas que aquí vivimos, que aquí sufrimos aquellos años de terror, que nos sobresaltábamos aún en Andalucía adonde llegó su larga mano, la mano negra de la muerte a los inocentes.
Casi mejor acostarse temprano el domingo, casi mejor no oírlo, si ni siquiera supo reconocer que lo que el terrorismo hizo en España fue tan doloroso como inútil.