Dice el sabio refranero: “Mientras hay vida, hay esperanza” o “la esperanza es lo último que se pierde”. Muchos son los que viven esperando que el futuro haga realidad sus ilusiones.
Nuestros miedos son el fruto del desconocimiento. Miedo y esperanza van unidos inexorablemente. “La esperanza y el temor son inseparables y no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor” (François de la Rochefoucauld). Pietro Metastasio sentenciaba que “el temor y la esperanza nacen juntos y juntos mueren”.
Y ¿qué sería de nosotros si no confiásemos en lo que vendrá?. Para André Giroux “el Infierno es esperar sin esperanza” y para Ramón Llull “vive mejor el pobre dotado de esperanza que el rico sin ella”.
De nuevo el rico refranero español nos recuerda que “más vale buena esperanza que ruin posesión”.
Sin duda, la necesitamos, porque “todo hombre no vive más que por lo que espera” (Giovanni Papini); es decir, “la esperanza es un empréstito que se le hace a la felicidad” (Conde de Rivarol). Es un mecanismo de protección porque “la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida” (Voltaire).
También hay quien advierte que “la esperanza ha contribuido a perder al género humano” (Henrik Johan Ibsen); y no es el único, porque también decía Baltasar Gracián que “la esperanza es un gran falsificador”; o Ramón de Campoamor al afirmar que “mi querida más fiel fue la esperanza que me suele engañar y no me deja”.
Sea como fuere “la esperanza, no obstante sus engaños, nos sirve al menos para llevarnos al fin de la existencia por un camino agradable” (François de la Rochefoucauld). ¿Por qué no habríamos de confiar en un futuro prometedor y cercano?.
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