El tesorero de un partido político es algo mucho más que el administrador, porque los partidos políticos, todos, gastan más de lo que ingresan. No hay dirigente de partido político que no sepa esas tres cosas que Napoleón consideraba imprescindibles para ganar una guerra: dinero, dinero y dinero. Así que, en pos del triunfo electoral, al tesorero siempre se le pide más madera, aunque haya que desguazar algún vagón, y esa es la razón del endeudamiento de los partidos con los bancos, y del tejemaneje que se llevan con las cajas que controlan.
Los bancos perdonan cantidades astronómicas a los partidos, y los fiscales miran para otro lado o se tapan la nariz.
Algunas veces, el tesorero, se convierte en el conseguidor, y de él se espera el milagro de que logre los recursos necesarios para un acto inaplazable que es imprescindible para la victoria final. Y, muchas veces, el conseguidor agencia lo que se le pide, y nadie le pregunta cómo lo ha obtenido. Por eso, es tan difícil despedir al conseguidor, pero unir la suerte de todo un partido al conseguidor es un suicidio que el propio tesorero debería evitar presentando la dimisión.
Rajoy ha suspirado con alivio porque nadie ha acusado al PP de financiación ilegal. Lo único que hay que dirimir es si, en el trasiego, se quedó algo en los bolsillos del señor Bárcenas. Creo en la presunción de inocencia, pero también creo que la responsabilidad de un político no es igual a la de un ciudadano corriente. Y haría bien en no esperar a que le presenten la carta de despido.
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