Esta Navidad mi hijo ha vuelto a tener entre sus regalos de Reyes varios libros. Martín, que apenas tiene un año y medio, evidentemente no sabe leer, ya que apenas sí es capaz de decir sus primeras palabras. Pero eso no nos importa. Su madre y yo lo tuvimos muy claro desde un principio, y estuvimos de acuerdo en que si queríamos fomentar en el niño el hábito de la lectura, era necesario comenzar cuanto antes, aunque todavía él no entienda bien las letras y dibujos que esconden en sus entrañas esos libros. Libros que por cierto, aun así le encantan.
El poder reencontrarme gracias a mi hijo con algunos clásicos de la literatura infantil, me ha hecho topar bruscamente con una realidad, que no por conocida ha dejado de sorprenderme. Y es que, lejos de la inocencia que algunos todavía puedan atribuir a los cuentos infantiles, estos han estado siempre cargados de ideología. Una ideología tan descarada a veces, que de puro evidente resulta innegable. No es que haya descubierto nada con ello desde luego. Decenas de trabajos académicos como los del profesor Hugo Cerda han demostrado cómo detrás de los cuentos de hadas se ha intentado esconder la propaganda de la ideología dominante, que siempre defiende una estructura determinada de clases, y por supuesto, el mantenimiento de los roles sociales y familiares que conviene a cada sistema.
Así, en los cuentos clásicos, el poder constituido es incuestionable, y si algo sale mal es sin duda debido a que a alguien se le ocurre fatalmente romper las normas que rigen la sociedad, dándonos una lección de sumisión desde nuestra más tierna infancia. Lo que enseñan a las niñas es aún peor si cabe, pues además de eso, a ellas encima les dan como referentes a hermosas princesas incapaces de solucionar sus problemas, de no ser por la intervención de un príncipe encantador que acaba siempre rescatándolas. En fin, lo de toda la vida vamos: advertir a las chicas que su única ocupación debe ser estar guapas para encontrar un buen marido.
No seré yo quien prive a mis hijos de esos cuentos que ya forman parte de la literatura universal desde luego. Pero en nuestro deber de padres, nosotros nos hemos visto obligados a compensar esos mensajes con los contrarios, y por eso mismo estamos siendo especialmente cuidadosos a la hora de seleccionar los libros que van a leer. Martín acaba de recibir la divertida historia del Lobo que hizo una huelga harto ya de que lo tratasen mal; y su futuro hermano Manuel, antes de nacer ya tiene preparado el libro Arturo y Clementina, de la colección de cuentos feministas de la editorial Lumen. Esperemos que nos sirva, pues no queremos que nuestros hijos sean príncipes ni caballeros, sino ciudadanos conscientes y responsables, educados en el sagrado valor de la igualdad.