¿Se ha dado usted cuenta la gran cantidad de ruido que meten los del butano anunciándose a base de chocar una botella contra otra?
No creo que sea necesario ese despliegue de decibelios aberrantes para anunciar que están ahí con su carga naranja abutanada...
Cádiz es ciudad de ruidos. Los mismos gaditanos vamos a grito destemplado por la vida y no hay nada más que entrar en un bar o en un restaurante para oír el guirigay que está formado. El otro día tomando café en una céntrica cafetería, de pronto entró un tropel de féminas y a grito pelado y rompiendo vasos, creo que iban un poco piripi por eso de la vuelta al trabajo –¡pobre verano!– destrozaron la paz que en aquel momento reinaba en el bar. No hubo más remedio que marcharse y dejarlas parlotear, reir estruendosamente y con sus gritos y no susurros, marcharnos a otro sitio que andaba igual con lo que el mal de muchos consuelo de imbéciles se cumplía; pero nosotros optamos por hacer mutis por el foro –sin aplauso del respetable– e irnos a casa a tomarnos ese café interrumpido por ese escándalo.
Hace poco los del butano, que tienen todo mi respeto, hacían sonar una campanilla con lo que parecía que pasaba el viático. Por lo que se oye la advertencia no encajaba en las mañanas de teles a todo volúmen, ni con las radios puestas a toda pastilla y la señora Lola o la señora Rosario, las dos un poco tenientes, ni se enteraban de lo entretenidas que estaban con las desdichas de la estrella de turno y el verbo cálido de la Campos, y se les iba el butano al cielo. Santo remedio, volvió de inmediato la botellada y ahí los tiene usted atronando el espacio con ese ruido desentonado y estruendoso y la señora de antes por la ventana medio desgañitada rompiendo los cielos al grito de ¡¡¡Butanoooo!!!
No sé, podrían poner una música discreta. O volver a la dulce campanilla conventual; o ir llamando a los fonoportas y preguntando. Cualquier cosa menos esos botellazos del diablo que erizan los pelos, rompen la armonía y hacen de esta ciudad y de sus calles un puro manicomio.
Nuevas ideas cara al otoño. Podría nuestro Ayuntamiento abrir un concurso de las mismas... Bueno, no sé...
No, más vale que no, porque a veces las ideas municipales nos cuestan a todos el dinero y más vale dejarlo así...
¿Por qué tanto ruido?
Ya se sabe que la mercancía que llevan es casi preciosa y que gracias a ella cocinamos y nos duchamos con la confortadora agua caliente y que gracias a esas bombonas también, nos calentamos en el crudo invierno y muchas cosas más.
Pero, ¿por qué tanto ruido?
Apacigüemos un poco el ya de por sí bronco ambiente. Pongamos sordina a tanta ordinariez. El silencio es un buen compañero aunque tampoco hace falta uno cartujano, no, pero es bueno para el sosiego y para el espíritu y para oír música y para pensar y para leer y para escribir y para vivir...
¿Por qué tanto ruido?
Pues la verdad es que no lo sé...
Y es que no lo entiendo, pero el ruido reina por todas partes y a cualquier hora ya de la mañana o de la noche, porque esos cochecitos tuneados, que creo que se llaman, es como para mandar a galeras a los conductores... ¡Criaturas...!
¿Por qué tanto ruido?
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