En medio de tanto fogonazo lumínico narcotizante con fondo de campanillas; en medio de tanta bolsa llena de mercancías especialmente empaquetadas para comprar una pequeña sonrisa o quizás un perdón sentimental; en medio de esas aglomeraciones humanas —o de vehículos, que igual da— que impiden a otros transitar con sus desasosiegos de fin de mes o sus cavilaciones familiares; en medio de todo el ruido de medios de comunicación y redes sociales, con políticos que van y vienen, dice y se desdicen una y otra vez, hacen lo contrario de lo predicado o sustantivan sus intereses particulares o de partido, antes que los de la propia sociedad que representan... En medio de todas esas escenas, están ustedes (y estoy yo).
La Navidad, como todo, ya no es lo que era. Pero especialmente la Navidad, porque su razón de ser principal son los valores que supuestamente tenía, como la solidaridad o la generosidad. Y eso es precisamente lo que más le falta a esta sociedad.
Y no solo se echan de menos esos valores por falta de entusiasmo de sus practicantes, sino que esos valores van camino de ser proscritos en aras de sospechosas legalidades o economías. Así que, desde el momento en que alguien tiene que explicar por qué hay que tratar humanamente a la gente que cruza el mediterráneo en patera, o por qué hay que tratar humanamente a un niño que llega a nuestro país sin acompañamiento alguno, o por qué hay que ayudar a una mujer maltratada, la Navidad real no tiene cabida en nuestra sociedad, tan solo la Navidad comercial.
No me queda, por tanto, otra cosa que desearles que tengan ustedes... unas felices compras.