Frito del estero

Publicado: 29/06/2020
Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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El día en que llegue a oídos de los japoneses, por poner un ejemplo, que esta fritura está para morir con ella, adiós a nuestros manjares más queridos.
Leí en la prensa del manicomio que la cofradía gastronómica isleña “Los Esteros” había preparado un plato, invento de su presidente Pepe Oneto, que consiste en aprovechar todas las plantas que nacen y viven aquí cerca de los esteros para condimentar esa delicia que se cría en ellos. Le han puesto un nombre entre gallego y gaditano que nos llega al alma: “Frito del estero”. Más cañaílla, imposible. Y vi que lo iban a presentar en el Yeyo en plan degustación.

Hay que darse cuenta de que esta cofradía gastronómica no descansa ni un momento. Lo mismo regala tortillitas de camarones, que inventa platos, que lanza discursos por Andalucía, por España y por parte del extranjero a favor de las cosas de comer de La Isla, que son muchas, muy variadas y de una calidad extraordinaria. Pues ahí los tienes, locos y sueltos, mientras que a mí me tienen aquí sin tortillitas, ni palabras y sin platos que regalarme. No hay derecho, ni izquierdo.

Se lo dije al director, y con tal de no tener que escucharme, me dio permiso para asistir a esa degustación. Aquello estuvo muy bien. Vimos cómo se preparaba el majado a base de brotes de la costa y de salicornias, que son esas plantitas que por el nombre se sabe que tienen sal y unos pequeños cuernecillos verdes (que nadie se sienta aludido). Explicaron que la receta, lejos de ser un secreto, se ponía a disposición de todo el que quisiera entrar en el cielo de los sabores isleños. Al final, a los que asistimos nos dieron a probar los fritos que había cocinado el equipo que tienen para trabajar en la cocina hasta reventarse.

Mientras me metía en la boca trozos del paraíso, estuve pensando que lo mejor era hablar muy mal de nuestros esteros, porque el día en que llegue a oídos de los japoneses, por poner un ejemplo, que esta fritura está para morir con ella, adiós a nuestros manjares más queridos. Se lo van a lleva todo a Tokio y se les pueden abrir los ojos, que ya es difícil, al ver la calidad de lo que nos traemos entre manos. La ilusión que tenemos por airear nuestras cosas nos puede llevar a la perdición. Es verdad que si seguimos pregonando los tesoros que tenemos en La Isla, que esto se va a poner de gente así.

Pero estaba tan bueno que se me iba el pensamiento a otros temas. El frito de estero dejaba en la boca un sabor solo comparable a la gloria preparada con mimo en un sartén.  Y de pronto sentí por un lado un golpe de celos y por otro una invasión de alegría. Celos, porque al fin y al cabo los locos vivimos también encerrados como las doradas y los lenguados entre estas cuatro paredes y sin embargo nadie dice de nosotros que estamos estupendos como lo están esos pescados puestos en la mesa. Alegría, porque, si a ellos los han sacado de los esteros, eso significa que ya mismo nos están soltando también a nosotros. Pero no nos podemos confiar, porque ahí fuera algunos están peor que nosotros. En fin, que me lo pasé muy bien y ya le he dicho a la cocinera del manicomio que despierte, que coja un cuchillo y se vaya por salicornias, que las hay a montones, y que hasta ahora las veíamos como si estuvieran de adorno en la orilla, pero que se comen como cualquier otra verdura. Y, si hay que ir al estero a coger el pescado, podemos ir unos cuantos locos y de paso nos damos un baño.

 

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